Hace unos días Carod Rovira escribió un artículo sobre la crisis, con el que pretendía pasar por un político formal y digno de confianza. Pero ese artículo estaba tan lleno de lugares comunes y olvidaba algo tan obvio y necesario en nuestros tiempos como es el de poner freno a los despilfarros de los políticos, que acaba por lograr un efecto contrario al deseado.
En el día de hoy, la prensa ofrece la noticia de que Carod ha destinado un millón de euros a subvencionar el bilingüismo en Ecuador. Quizá se trate de una subvención adecuada y recomendable, vista la cuestión sin tener en cuenta otros factores que la enturbian. Podría entenderse que se trata de facilitar el acceso a la cultura a determinados colectivos que tienen dificultades con el español.
Pero en estos tiempos que corren, en los que las situaciones familiares dramáticas abundan, este gasto induce a pensar en el derroche sectario y también, por tratarse de este personaje, en deseos de perjudicar al idioma español allá en donde pueda.
La democracia española no es tal, es una dictadura de los partidos, los ciudadanos somos seres de segunda, a los que se nos dictan consignas y se nos agobia con mensajes publicitarios. Y eso aun sería soportable, pero cuando nos llegan las noticias sobre los gastos suntuarios de los políticos, las subvenciones a entidades afines, o los escándalos que surgen por casualidad, nos preguntamos que para qué sirve la oposición. Porque los políticos de la oposición también cobran sus sueldos y su labor, teóricamente, consistiría en fiscalizar a quienes tienen el poder. Pero ocurre que no pueden criticarse unos a otros porque todos hacen lo mismo, cada uno en los lugares en los que puede. Es hora de cambiar el sistema, para que los políticos dependan de los ciudadanos y no de los partidos. Ello haría que subvenciones como la comentada se explicaran mejor o no se concedieran.
En el día de hoy, la prensa ofrece la noticia de que Carod ha destinado un millón de euros a subvencionar el bilingüismo en Ecuador. Quizá se trate de una subvención adecuada y recomendable, vista la cuestión sin tener en cuenta otros factores que la enturbian. Podría entenderse que se trata de facilitar el acceso a la cultura a determinados colectivos que tienen dificultades con el español.
Pero en estos tiempos que corren, en los que las situaciones familiares dramáticas abundan, este gasto induce a pensar en el derroche sectario y también, por tratarse de este personaje, en deseos de perjudicar al idioma español allá en donde pueda.
La democracia española no es tal, es una dictadura de los partidos, los ciudadanos somos seres de segunda, a los que se nos dictan consignas y se nos agobia con mensajes publicitarios. Y eso aun sería soportable, pero cuando nos llegan las noticias sobre los gastos suntuarios de los políticos, las subvenciones a entidades afines, o los escándalos que surgen por casualidad, nos preguntamos que para qué sirve la oposición. Porque los políticos de la oposición también cobran sus sueldos y su labor, teóricamente, consistiría en fiscalizar a quienes tienen el poder. Pero ocurre que no pueden criticarse unos a otros porque todos hacen lo mismo, cada uno en los lugares en los que puede. Es hora de cambiar el sistema, para que los políticos dependan de los ciudadanos y no de los partidos. Ello haría que subvenciones como la comentada se explicaran mejor o no se concedieran.
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