El periódico Levante-EMV da noticia hoy de un libro de Jaume Barallat, ex sacerdote e historiador, titulado “Por qué matar a Juan Pablo I”. Según cuenta el periódico, Barallat dijo que los perdedores del Concilio Vaticano II se sentían muy inquietos ante lo que representaba el electo Papa. De sus investigaciones resulta que hubo una serie de acciones determinadas que tendían a un fin. No hay pruebas, pero a Barallat no le cabe ninguna duda de que fue un presunto asesinato. Como esto último va entrecomillado en el artículo periodístico, cabe pensar que lo dijo de este modo.
Yo no lo hubiera dicho así. Hubiera dicho que dadas las circunstancias no se puede descartar el asesinato, o que las posibilidades de que fuera asesinado son grandes, etc. La palabra presunto se viene colando las más de las veces de modo indebido. No se debe hablar de asesinato hasta que no lo dictamine un juez, pero menos se puede sospechar de un presunto asesinato.
En otro orden de cosas, y con respecto al contenido anunciado del libro, no cabe duda de que fue un grave error del Vaticano no permitir la autopsia del citado pontífice. Dadas las circunstancias en que se produjo su fallecimiento, era un trámite indispensable. Los tiempos cambian. Lejanos han quedado aquellos tiempos en los que el Papa, los obispos o los curas podían decir lo que se les ocurriese y ¡ay! de quien osara no seguir sus instrucciones. En la actualidad, si nombran cardenal a un zote ya se sabe que es por su habilidad en las artes de la lisonja y la adulación.
Hoy en día todo se somete a examen, como prueba el citado libro, y del dato aparentemente más irrelevante se pueden sacar a menudo jugosas conclusiones. Sobre todo, si se relaciona con otros muchos pequeños o grandes datos que apuntan en la misma dirección. De modo que si la muerte de Juan Pablo I fue accidental, al no haber hecho la autopsia, se puede pensar cualquier cosa.
Yo no lo hubiera dicho así. Hubiera dicho que dadas las circunstancias no se puede descartar el asesinato, o que las posibilidades de que fuera asesinado son grandes, etc. La palabra presunto se viene colando las más de las veces de modo indebido. No se debe hablar de asesinato hasta que no lo dictamine un juez, pero menos se puede sospechar de un presunto asesinato.
En otro orden de cosas, y con respecto al contenido anunciado del libro, no cabe duda de que fue un grave error del Vaticano no permitir la autopsia del citado pontífice. Dadas las circunstancias en que se produjo su fallecimiento, era un trámite indispensable. Los tiempos cambian. Lejanos han quedado aquellos tiempos en los que el Papa, los obispos o los curas podían decir lo que se les ocurriese y ¡ay! de quien osara no seguir sus instrucciones. En la actualidad, si nombran cardenal a un zote ya se sabe que es por su habilidad en las artes de la lisonja y la adulación.
Hoy en día todo se somete a examen, como prueba el citado libro, y del dato aparentemente más irrelevante se pueden sacar a menudo jugosas conclusiones. Sobre todo, si se relaciona con otros muchos pequeños o grandes datos que apuntan en la misma dirección. De modo que si la muerte de Juan Pablo I fue accidental, al no haber hecho la autopsia, se puede pensar cualquier cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario