Se dice que Zapatero se planteó eliminar el ministerio de Cultura, en la reciente remodelación del gobierno. Hubiera hecho bien, si se hubiera atrevido, y con ello hubiera podido presionar a las Comunidades Autónomas para que hicieran lo mismo. Recuerdo que en una entrevista el propio Luis García Berlanga dijo que si el cine dependiera del ministerio de Industria en lugar del de Cultura funcionaría mejor.
La teoría acerca de la conveniencia de tales organismos puede resultar plausible, pero en la práctica se convierten en motivos de derroche, en excusas para mantener callados a los intelectuales mediante el conocido truco de pagarles un sueldo. Porque, por lo común, los políticos no dan nada gratis. Cuando quien les paga toca a rebato, tienen que a acudir a dar la opinión que se espera de ellos.
Dado que durante estos días se rinde homenaje a Xavier Casp, es bueno recordar que le convencieron para que presidiera uno de esos entes artificiales, la Academia Valenciana de la Lengua, con la esperanza de que el abultado sueldo con que está dotada esa presidencia le hiciera renegar de sus convicciones, dado que su economía no era muy boyante. Pero Xavier Casp dimitió, ejemplo que no ha sido imitado.
Si los ministerios y las consejerías de Cultura apoyasen la cultura, sin menoscabar su libertad, cabría plantearse su existencia de forma positiva. Pero los políticos, y sobre todo los españoles, constreñidos a las listas cerradas, y obligados a reír las gracias del jefe, para poder estar en ellas, odian la libertad. Si odian la libertad no pueden amar la cultura.
La conclusión, en este caso y en otros, es que los políticos gastan el dinero de los ciudadanos en beneficio de sus partidos. Por tanto, para los ciudadanos es bueno que se suprima todo lo innecesario.
La teoría acerca de la conveniencia de tales organismos puede resultar plausible, pero en la práctica se convierten en motivos de derroche, en excusas para mantener callados a los intelectuales mediante el conocido truco de pagarles un sueldo. Porque, por lo común, los políticos no dan nada gratis. Cuando quien les paga toca a rebato, tienen que a acudir a dar la opinión que se espera de ellos.
Dado que durante estos días se rinde homenaje a Xavier Casp, es bueno recordar que le convencieron para que presidiera uno de esos entes artificiales, la Academia Valenciana de la Lengua, con la esperanza de que el abultado sueldo con que está dotada esa presidencia le hiciera renegar de sus convicciones, dado que su economía no era muy boyante. Pero Xavier Casp dimitió, ejemplo que no ha sido imitado.
Si los ministerios y las consejerías de Cultura apoyasen la cultura, sin menoscabar su libertad, cabría plantearse su existencia de forma positiva. Pero los políticos, y sobre todo los españoles, constreñidos a las listas cerradas, y obligados a reír las gracias del jefe, para poder estar en ellas, odian la libertad. Si odian la libertad no pueden amar la cultura.
La conclusión, en este caso y en otros, es que los políticos gastan el dinero de los ciudadanos en beneficio de sus partidos. Por tanto, para los ciudadanos es bueno que se suprima todo lo innecesario.
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