La clave de este gobierno está en la nueva titular del ministerio de Economía. Si Zapatero hubiera optado por Aurelio Martínez, o por alguien con un perfil similar, se hubiera entendido que todavía le quedan arrestos para luchar contra la crisis. La elección de Elena Salgado para el cargo demuestra que Zapatero confía a Obama la resolución de la crisis y que, en cualquier caso, si ha de morir prefiere hacerlo arropadito y acompañado por los suyos.
El nombramiento de José Blanco puede entenderse en el mismo sentido. Puesto que Zapatero no está seguro de tener más oportunidades, lo hace ministro ya, para que no se quede sin el premio. También es una astucia presidencial, puesto que favorece a dos de una tacada. Al propio José Blanco y a Leire Pajín, que pasa a desempeñar las antiguas funciones de aquél en el partido. Le ha dado un ministerio aparentemente difícil, pero si Magdalena Álvarez ha podido desempeñar el cargo durante un buen tiempo, ¿por qué no ha de poder Pepiño?
Otro de los nombramientos clave es el de Manuel Chaves. A estas alturas, ya todo el mundo conoce la pulsión de Zapatero por la irreflexión. Se mete en un berenjenal tras otro, sin meditar las consecuencias, ni medir hasta donde pueden llegar las cosas. Cuando viene a darse cuenta, generalmente, ya no hay arreglo. Uno de esos berenjenales es el que supuestamente ha de resolver Chaves. Para salir del atolladero necesita a alguien que conozca muy bien el mundo de las autonomías. Nadie mejor que un presidente autonómico. Rodríguez Ibarra, en el caso de que su salud se lo permitiera, no serviría, por razones obvias. Iglesias no tiene bastante peso en el partido. López está comenzando. Montilla aún le complicaría más las cosas, si fuera el elegido. Quedaba Chaves. Ya saben lo que les espera quienes discutan con él.
Rubalcaba se queda, una vez más, sin ser vicepresidente. Ser equiparado a otros debe de mortificarle bastante. Aído y Sebastián tienen como misión hacer cosas sonadas, cuando se considere conveniente, para distraer la atención del personal.
El nombramiento de José Blanco puede entenderse en el mismo sentido. Puesto que Zapatero no está seguro de tener más oportunidades, lo hace ministro ya, para que no se quede sin el premio. También es una astucia presidencial, puesto que favorece a dos de una tacada. Al propio José Blanco y a Leire Pajín, que pasa a desempeñar las antiguas funciones de aquél en el partido. Le ha dado un ministerio aparentemente difícil, pero si Magdalena Álvarez ha podido desempeñar el cargo durante un buen tiempo, ¿por qué no ha de poder Pepiño?
Otro de los nombramientos clave es el de Manuel Chaves. A estas alturas, ya todo el mundo conoce la pulsión de Zapatero por la irreflexión. Se mete en un berenjenal tras otro, sin meditar las consecuencias, ni medir hasta donde pueden llegar las cosas. Cuando viene a darse cuenta, generalmente, ya no hay arreglo. Uno de esos berenjenales es el que supuestamente ha de resolver Chaves. Para salir del atolladero necesita a alguien que conozca muy bien el mundo de las autonomías. Nadie mejor que un presidente autonómico. Rodríguez Ibarra, en el caso de que su salud se lo permitiera, no serviría, por razones obvias. Iglesias no tiene bastante peso en el partido. López está comenzando. Montilla aún le complicaría más las cosas, si fuera el elegido. Quedaba Chaves. Ya saben lo que les espera quienes discutan con él.
Rubalcaba se queda, una vez más, sin ser vicepresidente. Ser equiparado a otros debe de mortificarle bastante. Aído y Sebastián tienen como misión hacer cosas sonadas, cuando se considere conveniente, para distraer la atención del personal.
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