No es necesario explicarlo, pero quizá haya quien lo quiera hacer creer. Lo cierto es que el paro crece de forma desmesurada en España y no parece que haya forma de detener el proceso. Es opinión generalizada, y parece que bastante puesta en razón, que nuestro gobierno espera que el remedio a nuestra crisis provenga de fuera. Sin embargo, este verano podemos encontrarnos con que vengan menos turistas que nunca, con las gravísimas repercusiones para nuestra economía que tendría la circunstancia.
Y mientras unos esperan que el remedio venga de fuera, otros piensan en fórmulas mágicas, con lo peligrosas que son. Si olvidamos la magia y nos centramos en la realidad nos encontramos con que la población ha perdido la fe en la clase política. Los motivos son claros. No han sido capaces no sólo de prever la crisis y tomar las medidas necesarias en el momento oportuno, sino que cuando ésta ha sido innegable tampoco han sabido hacer sacrificios. Mientras las familias ven como decrecen o desaparecen sus ingresos, observan como los políticos se aseguran o incrementan los suyos. En lugar de reducir sus gastos al mínimo, los aseguran o exigen incrementarlos. En lugar de reducir diferencias entre ellos, para atender lo fundamental, se tiran los trastos a la cabeza, inciden en el sectarismo y se lanzan gravísimas acusaciones sobre la corrupción.
Sin fe en la clase política, la situación tiene mal remedio. Habría que recuperar la confianza de los ciudadanos y la única manera de conseguir esto hoy en día consistiría en disolver el gobierno y formar otro de concentración nacional. Más utópicas parecen otras metas, también muy deseables, como sería la de reorganizar todo el sistema político español. Más que nada porque entre los políticos conocidos no hay ninguno capaz de desempeñar el papel en el que Adolfo Suárez se mostró tan brillante.
Y mientras unos esperan que el remedio venga de fuera, otros piensan en fórmulas mágicas, con lo peligrosas que son. Si olvidamos la magia y nos centramos en la realidad nos encontramos con que la población ha perdido la fe en la clase política. Los motivos son claros. No han sido capaces no sólo de prever la crisis y tomar las medidas necesarias en el momento oportuno, sino que cuando ésta ha sido innegable tampoco han sabido hacer sacrificios. Mientras las familias ven como decrecen o desaparecen sus ingresos, observan como los políticos se aseguran o incrementan los suyos. En lugar de reducir sus gastos al mínimo, los aseguran o exigen incrementarlos. En lugar de reducir diferencias entre ellos, para atender lo fundamental, se tiran los trastos a la cabeza, inciden en el sectarismo y se lanzan gravísimas acusaciones sobre la corrupción.
Sin fe en la clase política, la situación tiene mal remedio. Habría que recuperar la confianza de los ciudadanos y la única manera de conseguir esto hoy en día consistiría en disolver el gobierno y formar otro de concentración nacional. Más utópicas parecen otras metas, también muy deseables, como sería la de reorganizar todo el sistema político español. Más que nada porque entre los políticos conocidos no hay ninguno capaz de desempeñar el papel en el que Adolfo Suárez se mostró tan brillante.
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