Se pongan como se pongan los santurrones del PSOE, ministros, ex ministros y demás gente del sector, encargados de defender a los trabajadores y que presumen de hacerlo, en España un trabajador no es nadie. Tampoco los sindicatos pueden alegar que lo hacen, puesto que viven de las subvenciones. Si al menos éstas se otorgaran por ley y se basaran en algunos baremos como el número de afiliados que estuvieran al corriente de las cuotas, se les podría suponer alguna libertad de actuación.
Los trabajadores no tienen la culpa de la crisis, pero se les ha cargado sobre sus espaldas. El despido es más fácil, han de trabajar durante más años para poderse jubilar, las listas de espera en la Seguridad Social son más largas y encima se les culpa de que la productividad sea baja, como si eso no tuviera más que ver con los sistemas de trabajo. Se decía que había que abaratar el despido para crear más puestos de trabajo, cosa que se viene diciendo desde hace mucho; la crisis ha proporcionado la excusa perfecta para hacerlo. Y desde que se ha hecho ha aumentado la destrucción de puestos de trabajo.
Telefónica también se dispone a recortar la plantilla. A la ministra Salgado le parece inoportuno ese plan. La ministra Salgado podría haber dicho algo más gordo, o contundente, pero en ese caso puede que no la hubieran colocado en un consejo de administración cuando deje la política. Así que se ha contentado con decir que le parece inoportuno. ¿Y el ministro de Trabajo que ha dicho? Pues ha amenazado a Telefónica con endurecer las prejubilaciones. Del dicho al hecho va un trecho, dice el refrán. Un trabajador, en España, tiene muchos motivos para no creerse nada, venga de donde venga. Cuando tengamos una democracia real, las cosas podrán mejorar algo.
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