Da la impresión de que el mundo está lleno de democracias sin demócratas. Abundan los que sólo aplauden cuando se les dice lo que quieren escuchar y cuando no es así recurren sin pudor a los más burdos argumentos, por llamarles de algún modo, para descalificar a quien simplemente dice lo que piensa.
En democracia, el voto de una persona humilde vale tanto como el de un premio Nobel, esto es algo que no deberían olvidar los poderosos, por simples cuestiones aritméticas: los humildes son muchos más y pueden llegar candidatos de dudosas convicciones democráticas y aprovechar su descontento, como ha ocurrido, sin ir más lejos, en Perú con Fujimori y Humala. Pero que todos los votos valgan lo mismo no significa que con las opiniones ocurre lo mismo. Unas son más autorizadas y respetables que otras, por eso unas pasan a la historia, como ocurrirá con las de Mario Vargas Llosa, y otras serán olvidadas muy pronto, y esto es exactamente lo que ocurrirá con las de Aníbal Fernández, jefe de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner.
No todo el mundo es consciente de que la democracia no significa que todas las opiniones valgan igual, son muchos los que creen que es así, e incluso los hay que se han atrevido a decir que el ámbito de Mario Vargas Llosa es la literatura, en el intento de encerrarlo él y de negarle el derecho a opinar sobre otras cosas. Derecho que sí que se les concede a quienes se ciñen por lo políticamente correcto, esa dictadura. También se le quiere negar el derecho a opinar, en Argentina, a Fernando Savater, otro que sabe explicar perfectamente lo que dice.
Fernando Savater y Mario Vargas Llosa es probable que no estén en lo cierto todas las veces que opinan, pero es más probable que acierten muchas más veces que quienes les critican. Ambos dos son intelectuales libres, hay que remarcar esto último. En democracia son necesarios los intelectuales libres, aunque los políticos se empeñan en ponerles sueldo para tenerlos controlados.
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