El
número es simbólico y viene a significar que no son más que unas
pocas decenas. Son los auténticos oligarcas catalanes. No se
conforman con vivir de forma egoísta y obligar a los demás a
trabajar para ellos, como suelen hacer los oligarcas, sino que las
han ingeniado para que además lo hagan a gusto y no les tengan en
cuenta sus abusos. Los catalanes comunes adoran a quienes les toman
el pelo.
El
mecanismo del que se sirven es el odio. Nada une más que eso. De
modo que no es casual que en Cataluña se conmemore una derrota. El
objetivo del día de fiesta catalán no es el de enaltecer a los
catalanes, sino el de fomentar su odio hacia el resto de España. Y
ese odio es aprovechado por esos trescientos, o los que sean, para
vivir a costa de los catalanes.
Las
banderas, los símbolos y todo lo que gira a su alrededor son
vestigios del pasado que los vientos de la historia acabarán
llevándose por delante. El progreso, afortunadamente, ya ha hecho
desaparecer la mayor parte de los motivos que fundamentaban las
naciones y sus fronteras. Si no han desaparecido aún es,
principalmente, por motivos económicos, pero también por esos
quisquillosos resabios que tardan tanto en desaparecer. Al ciudadano
de hoy le interesa el Estado del Bienestar, que estamos a punto de
perder, y el buen funcionamiento de la Justicia, que tanto tarda en
llegar. Todo lo demás son inventos para sacarle el dinero y tenerlo
esclavizado.
Uno
de los oligarcas catalanes más significados y cuya persona atesora
mayores dosis de desfachatez, es Pujol, Jordi Pujol; fue capaz de
arruinar a un gran número de catalanes que confiaron en él y en
Banca Catalana, y no se lo tuvieron en cuenta; todo hace suponer que
muchos de ellos le votaron siempre. El odio a España es más fuerte
que su sentido común.
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