Creen
que porque son muchos no son infames. Ignoran que los números no
sirven para argumentar, sino para contar. ¿Cuántos son los infames
que se han manifestado? Miles.
Se
han manifestado para exigir que se libere de la cárcel a un ser
abyecto que cumple condena por un acto atroz. No puede esperarse,
lógicamente, que los infames tengan vergüenza, y no la tienen. Han
aprovechado para pedir también la liberación de otros seres
abyectos, y lo piden en nombre de los derechos humanos. ¡Ah! Qué
sabrán ellos lo que son los derechos humanos.
Se
miran al espejo, comprueban que tienen forma humana y eso les basta
para creerse humanos. No comprenden que el hecho de que tengan la
forma no significa que tengan el fondo.
El
fondo de estos tipos no tiene nada de humano. Da asco. Es
nauseabundo. Yo les condenaría a leer, despacio y en voz alta, Mal
consentido. Supongo que obligarles a hacer eso podría
considerarse como un acto sádico, porque esperar que se regeneren
cae dentro de lo ilusorio. La lectura de Vidas
rotas sería un complemento ideal de esta, para ellos, tortura.
El
elevado número de tipos de esta ralea acojona literalmente a un buen
número de políticos, Mariano Rajoy, Patxi López y otros muchos.
Es admirable, sin embargo, la firmeza de Rosa Díez frente al
terrorismo, aunque pierda votos por eso. Pero tiene razón. No es lo
mismo el voto de una persona decente que el de un infame. El de éstos
incita a la infamia, como se va viendo en quienes los buscan y los
consiguen.
Pero
los problemas que plantean los terroristas españoles no tendrían
lugar si contáramos con una ley penal como la noruega. Una vez
cumplidos diez años de cárcel, un tribunal evalúa al preso; si
sigue siendo abyecto, sigue en la cárcel; y así cada cinco años.
Sería raro que un etarra, uno sólo, dejara de ser abyecto. Que lo
consiguieran dos podría considerarse como milagroso.
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