Concretamente,
las de sus tres más altos directivos, Modesto
Crespo,
María
Dolores Amorós y Roberto López Abad, pero no sus pensiones, sino el
modo de calcularlas.
Se
calculen como se calculen, el importe resultante es alto. Los altos
directivos, ya se sabe, cobran mucho, y eso es así porque el mercado
lo quiere. Si cobraran menos, la competencia se los podría llevar. Y
esto es lo que da risa, porque la mayor parte de esos directivos a
los que la competencia se podría llevar si cobraran menos han
demostrado ser unos malos gestores, faltos de visión de futuro y
faltos de reflejos. De modo que lo que llaman razones para poner esos
sueldos no son más que coartadas o excusas. Tienen el poder y hacen
lo que quieren, o sea, exprimir a los trabajadores y subirse ellos
los sueldos hasta el infinito.
En
el caso de la CAM la cuestión es ridícula y debería avergonzar a
un buen número de personas. Debería. Ocurre además que el caso de
la CAM no es único; hay otros iguales o quizá peores.
La
CAM, como se sabe, está quebrada, ha sido vendida a un banco y tal
vez ha causado un quebranto económico a sus clientes o parte de
ellos.
El
daño que ha hecho a la sociedad, al desaparecer como caja de
ahorros, es grande. Y el dinero que ha costado a los contribuyentes
no es poco.
A
un trabajador el mal desempeño de su trabajo le puede costar muy
caro. A los altos directivos y a los políticos ya se ve que no. Un
político puede llevar a la quiebra, o endeudar para toda la
eternidad, a la entidad política que tenga a su cargo. El único
castigo previsto es el que puedan darle las urnas. Un alto directivo
de una empresa llevada a la ruina puede llevarse una jubilación
exorbitante, si se suman todos los conceptos.
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