En
la política española, gobierne el partido que gobierne, el hecho de
que alguien demuestre sobradamente su ineptitud no significa que no
pueda seguir medrando. Lo que se tiene en cuenta no es la idoneidad
para defender los intereses de los contribuyentes, sino que se
atiende a otros factores cuya enumeración podría hacer sonrojar a
los espíritus sensibles.
Esa
es la sensación que queda tras el desfile de ministros habido en
esto que llaman democracia y que no es más que una forma sofisticada
de prolongar el dominio de las oligarquías.
Rajoy
puso a Gallardón al frente del ministerio de Justicia, y se da la
circunstancia de que la gente, en España, no cree en la justicia, y
eso es grave. Y todo apunta a que tras su paso por ese ministerio el
descrédito de la justicia aún será mayor.
Ahora
dice Gallardón que antes de conceder el indulto al kamikaze se ha
fijado una completísima serie de detalles, pero entre ellos no
estaba el más importante; ese lo ha obviado. El despacho que ha
tramitado el indulto es en el que trabaja su hijo.
Debería
haberse avergonzado y si en España hubiera democracia, lo hubiera
hecho. Pero no depende de los ciudadanos, sino del dedo de Rajoy que
le nombra.
Alega
además que el anterior gobierno socialista concedió un indulto
parecido, cosa que viene a ser como poner albarda sobre albarda. No
se plantea este ministro si el anterior gobierno hizo bien o mal,
sino que como usó una prerrogativa él también tiene derecho. Ese
es el sentido de la justicia que tiene el ministro de Justicia.
Lo
que debería hacer es eliminar esa prerrogativa y, sobre todo,
luchar por la independencia de los jueces. O sea, lo contrario de lo
que hace. Los políticos españoles tienen miedo de que la justicia
sea independiente.
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