sábado, 12 de enero de 2013

Tras la muerte de Manuel Mota

Años atrás, coincidía en la misma barra de bar con un señor que tenía una concesión de productos de ferretería y electricidad en un supermercado cercano, perteneciente a una cadena que ya no existe. Tomábamos café y hablábamos de cualquier cosa.
Un día, cuando los empleados del supermercado entraron a trabajar, se lo encontraron degollado en el sector que le era propio. Se suicidó de esa manera tan brutal. Los dueños del bar me contaron luego algunos detalles de su vida que explicaban la desesperación en la que estaba sumido.
Todavía no se sabe a ciencia cierta si Manuel Mota se ha suicidado o lo han asesinado. Si fuera suicidio, su estilo sería como el del señor que he comentado, aunque en este caso se precisa algo más de fuerza física y conocimiento anatómico.
Del suicidio se habla poco y, aunque se dan otras explicaciones a este hecho, quizá se deba a que la gente, hablando en términos generales, prefiere mirar hacia otra parte y no complicarse la vida. Uno al que le gustaba mirar de cara a la vida, Albert Camus, explicó que el más leve gesto despectivo puede ser la gota que colme el vaso y lleve al interesado a tomar una decisión drástica.
El suicida parece dar la razón a sus detractores: era depresivo, era tal, era cual; pero lo cierto es que sólo un pequeño porcentaje de los depresivos se suicida.
Según el sociólogo francés Émile Durkheim el suicidio es, ante todo, un hecho social cuyas causas son antes sociales que individuales o netamente psicológicas, según puede leerse en la Wikipedia.
Por otro lado, la inducción al suicidio difícilmente puede ser probada, en el caso de que se pueda probar alguna vez. Pero yo he conocido a quien, cuando pasaba grandes dificultades, se le recomendó, por parte de una persona “intachable” que se suicidara. Algo debería hacer la Administración para cambiar la actitud de la gente ante el suicidio.

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