Años
atrás, coincidía en la misma barra de bar con un señor que tenía
una concesión de productos de ferretería y electricidad en un
supermercado cercano, perteneciente a una cadena que ya no existe.
Tomábamos café y hablábamos de cualquier cosa.
Un
día, cuando los empleados del supermercado entraron a trabajar, se
lo encontraron degollado en el sector que le era propio. Se suicidó
de esa manera tan brutal. Los dueños del bar me contaron luego
algunos detalles de su vida que explicaban la desesperación en la
que estaba sumido.
Todavía
no se sabe a ciencia cierta si Manuel Mota se ha suicidado o lo han
asesinado. Si fuera suicidio, su estilo sería como el del señor que
he comentado, aunque en este caso se precisa algo más de fuerza
física y conocimiento anatómico.
Del
suicidio se habla poco y, aunque se dan otras explicaciones a este
hecho, quizá se deba a que la gente, hablando en términos
generales, prefiere mirar hacia otra parte y no complicarse la vida.
Uno al que le gustaba mirar de cara a la vida, Albert Camus, explicó
que el más leve gesto despectivo puede ser la gota que colme el vaso
y lleve al interesado a tomar una decisión drástica.
El
suicida parece dar la razón a sus detractores: era depresivo, era
tal, era cual; pero lo cierto es que sólo un pequeño porcentaje de
los depresivos se suicida.
Según
el sociólogo francés Émile Durkheim el
suicidio es,
ante todo, un hecho social cuyas causas son antes sociales que
individuales o netamente psicológicas, según
puede leerse en la Wikipedia.
Por
otro lado, la inducción al suicidio difícilmente puede ser probada,
en el caso de que se pueda probar alguna vez. Pero yo he conocido a
quien, cuando pasaba grandes dificultades, se le recomendó, por
parte de una persona “intachable” que se suicidara. Algo
debería hacer la Administración para cambiar la actitud de la gente
ante el suicidio.
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