El
que antecede es un titular de la prensa de hoy del que desconozco
todo lo demás. O sea, no sé qué mujer lo ha dicho, ni quién es
ese marido cuyo destino es la cuneta.
Lo
que me llama la atención es que una frase como esa pueda ser un
titular de prensa. No resulta extraña tanta ligereza, es algo que la
gente ve como si fuera normal.
Se
habla del amor como si fuera algo que viene y va, como el viento, que
cambia su dirección sin que nadie pueda pedirle cuentas.
Una
de las marcas de estos tiempos, nacida en la era de la aparente
abundancia, es la falta de responsabilidad de buena parte del
personal. Abundan los que hablan del mal como si fuera algo ajeno a
ellos, como si nunca hubieran roto un plato; quien ha sido capaz de
pegar una puñalada por la espalda, porque su propio capricho o
interés le importa más que la justicia, luego cataloga como buena
persona a otra, como si apuñalar fuera un acto razonable, como si la
persona que ha sido preterida no existiera, o no fuera persona.
Vivimos
tiempos banales, no cabe duda. Hasta el amor es considerado como algo
de quita y pon, como las olas del mar, que llegan, lo mojan todo, y
cuando se van no queda ni la espuma.
Ignoro
si esos dos que todavía se aman, pero ya no se aman, tienen hijos,
pero me temo que estas cosas, según para quién, no tienen
importancia y menos todavía si disponen de dinero, cosa con la cual
se tiende a creer que se resuelve todo.
Todo
esto es sintomático de los tiempos en que vivimos, creo yo. Unos
tienen más culpa que otros de la crisis en la que estamos sumidos,
pero ciertas actitudes no ayudan a salir de ella.
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