“¡Que
inventen ellos!”, dijo Unamuno, y la frase pasó a la posteridad.
Sin embargo, hay españoles que sí que inventan.
La
clase política española no para de inventar cosas y, como
consecuencia, los españoles somos cada vez más pobres. Lo que
inventan, claro, no es beneficioso para los ciudadanos, sino todo lo
contrario, pero ellos no paran. Ahora se ha inventado Mariano una
auditoría externa, o algo así. Probablemente, lo que quiere es
ganar tiempo, para ver si mientras tanto la gente de la calle asume
su impotencia y se conforma con lo que hay. Podría ocurrir así.
Mediante una Carta al director, una lectora de El Periódico dice que
quiere pagar el euro por receta.
Se
rumorea, por otra parte, que la necesidad que tienen los partidos
políticos de esas grandes sumas de dinero está ligada a algo de lo
que no se habla. Necesitan cantidades industriales de piel de
vaqueta, porque aunque la compran de la mejor calidad, el uso
constante que le dan acaba desgastándola y han de reponerla muy a
menudo.
Otra
de las consecuencias de la inventiva de nuestros próceres ha venido
a ser que algunos catalanes han dicho que, en señal de protesta
contra su patronal, usarán la lengua castellana. Este invento, el
del uso de la lengua castellana para este fin, no es de la clase
política, pero sí consecuencia de otro invento similar, el de
obligar a usar una lengua u otra.
Los
políticos españoles, además de su afición a inventar cosas
inútiles para los ciudadanos, quizá no para ellos, tienen otra
afición: la de mandar e imponer. Piensan, y acaso estén en lo
cierto, que la afición de los ciudadanos es pasar por el aro.
Resulta
curioso que las lenguas, cuya función es que la gente se entienda,
se utilizan para todo lo contrario. No cabe duda que la creatividad
de los políticos españoles es muy grande.
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