Tenemos
una casta política responsable en buena medida, y sin que sea
posible negar esto, de la grave situación en la que estamos
inmersos. Pero ocurre que sus componentes no se ven a sí mismos como
culpables, sino como los más guapos, puros y nobles. No se paran a
pensar que no es que sean malos, sino que el sistema los hace malos.
En
lugar de verse como el problema fundamental del país, se ven como
una parte del cuerpo, de la que no se puede prescindir. Como la
lengua, por ejemplo. Sería el órgano humano del que se valdrían
los políticos para exponer sus ideas y sus soluciones. Pero no la
usan así, sino de forma metafórica. Antes de que hable alguien en
el Parlamento ya se sabe cual va a ser el resultado de la votación,
de modo que el discurso sirve para poco. Se sabe, sin embargo, que un
político que no sepa hacer la pelota no tiene un futuro halagüeño.
He aquí, pues, el uso metafórico de la lengua.
Javier
Erro es uno de esos políticos desbordados por el problema. Hay
demasiados parados. Y piensa que lo engañan. Y no sólo lo engañan
con eso, sino que luego tienen descuentos por ser parados. Y pone el
grito en el cielo. Y cuando lo oyen se queja y dice que han
tergiversado sus palabras. Todo el mundo lo engaña.
¿Por
qué no se da cuenta de que los primeros que hacen trampa son los
políticos? Exprimen hasta el final todas las ventajas que se han
otorgado a sí mismos, con las dietas por kilometraje, con los
complementos por vivienda, con los móviles, con los vales de
comedor, etc.
No
sólo tenemos más políticos por cada cien habitantes que ningún
otro país, sino que además nuestros políticos son muy caros y muy
despabilados. Pero hay cosas que se les escapan. Las que les
conviene.
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