miércoles, 15 de mayo de 2013

Cosas de la Alemania comunista

La llamaban Alemania Democrática, pero en el nombre empezaba y terminaba la democracia. Se ha hablado mucho de la atrocidad de aquel régimen, que por dinero (¡por el vil metal capitalista!) permitió que las empresas farmacéuticas utilizaran como cobayas, sin su conocimiento ni consentimiento, a un gran número de pacientes de aquel país.
Pero esas cosas son lógicas. Surgen de la necesidad de creerse buenos que tienen algunos. Se hacen comunistas, por ejemplo, porque eso significa que tienen preocupaciones sociales. O sea, sufren por el prójimo y desean que no padezca. Y buscan el poder, para cambiar las cosas desde arriba. Claro, porque desde abajo los resultados son modestos y muy trabajosos. El problema de querer solucionar las cosas desde arriba es que se necesita el poder, y ya se sabe que corrompe. Un líder comunista, con el control absoluto del aparato del poder debe de tener muchas tentaciones. Y a pesar de tener tanto poder, no puede dominar sus instintos, ni tampoco satisfacer las necesidades de sus súbditos.
Lo verdaderamente preocupante para los demócratas es la actuación de las empresas farmacéuticas, pero no por lo que hacen, que tampoco debería sorprender a nadie, sino por la confianza que los gobiernos del mundo occidental tienen depositada en ellas.
No debería ningún gobierno democrático depositar su confianza en nadie. Los políticos no son elegidos para que descarguen sus obligaciones en otros, sino para que las cumplan. Los políticos deben preocuparse por la salud de los contribuyentes que les pagan sus sueldos.
Las empresas farmacéuticas, como todas las empresas, lo que pretenden es ganar dinero. Y lo que tienen que hacer los gobiernos es sentar las bases para que esas actividades empresariales redunden en beneficio de la sociedad. Pero si lo que hacen es presumir que porque esas empresas fundan su negocio en la salud han de actuar como Oenegés de las buenas, la conclusión es que traicionan a los ciudadanos.

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