domingo, 12 de mayo de 2013

Estrategia farmacéutica

Fui a la farmacia a retirar un medicamento que llevo tomando desde hace tiempo. Es de los que hacen falta según el ministerio, porque lo sigue financiando la Seguridad Social. Pero como yo no noto nada, prescindí de él durante algunos meses. Y en la farmacia me dijeron que no hiciera eso, porque no tiene efectos secundarios y que aunque yo no lo note, sí que hace efecto. Total que acepto pulpo, por si acaso.
La cuestión es que la caja del medicamento ha cambiado. Pongo cara de sorpresa y en la farmacia, quizá porque están acostumbrados a estos cambios, me miran como si acabara de llegar del pueblo. No ha cambiado nada, dicen. Todo es igual, salvo la caja.
Sí, ¿pero por qué esos cambios?, me pregunto. Se trata de un medicamento, no de unos zapatos de señora. Se supone que me lo ha recetado un médico serio que vela por mi salud. ¿Qué más da el diseño de la caja o los colores en los que vayan las letras?
Cuando nos intentan dorar la píldora, mal asunto.
He aquí pues que las industrias farmacéuticas gastan mucho dinero en publicidad y diseño. Y los ministerios lo pagan. Luego hablan del desmesurado coste farmacéutico y dejan de sufragar medicinas, porque dicen que no son necesarias, pero yo he de comprar una, pagándola en su totalidad, porque la experiencia demuestra que no puedo vivir sin ella.
Es asombroso que las farmacéuticas gasten dinero en publicidad y diseño y que los ministros no digan nada sobre el particular y paguen la factura, con los impuestos de los contribuyentes. He leído hace poco Mala farma, cosa que no contribuye a que me sienta más tranquilo, sino todo lo contrario. El gobierno español no puede impedir muchas de las actividades sospechosas de las farmacéuticas, pero sí puede hacer cosas. Puede impedir que ciertos profesionales accedan a los hospitales y centros de salud, y puede prohibir a los médicos que tiene en nómina que mantengan determinadas relaciones. Esas son algunas de las cosas puede hacer.

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