martes, 14 de mayo de 2013

Los dogmas y las ruedas de molino

La experiencia demuestra que cuando se establece un dogma a continuación van las tan indigestas ruedas de molino. Los hay que se las tragan y lo hacen con gusto, pero definitivamente no sientan. Un día u otro, ellos o sus descendientes, tendrán ardor de estómago.
Se acepten o no los dogmas, las ruedas de molino van a continuación, con la orden de que hay que tragarlas. Y es que quienes establecen los dogmas y distribuyen las ruedas de molino tienen poder. Y al poder nunca le faltan devotos. De modo que quien no sea devoto, en su intento de no comulgar, puede ser aplastado. Ese afán que tienen algunas personas de imponer sus teorías a otras debería ser considerado como una enfermedad mental. A quienes lo poseen se les debería recetar una buena dosis de bromuro cada día. O algún equivalente.
En el Reino de Valencia nos clavaron la Academia Valenciana de la Lengua. Hay recortes brutales, pero la cosa esa, junto con otras similares, está ahí. ¿Y por qué está ahí? Porque lo dice el Estatuto. ¿Y por qué lo dice el Estatuto? ¿Y quién pedía el Estatuto? El culto al Poder tiene estas cosas. Se aplaude al que manda y éste lo “agradece”.
Esos que mandan en la región del nordeste de España han introducido un concepto vaporoso. “Eso del derecho a decidir”. El culto al Poder otorga características mágicas a quienes lo poseen. La gente se olvida de sus problemas y defiende los de la oligarquía.
Esos que mandan en el nordeste de España, y en Rajoy y en Fabra (el bueno, le dicen), niegan a los valencianos el derecho a decidir el rumbo de su lengua. La ciencia, dicen. La ciencia. Apaga y vámonos. Los valencianos nos gastamos dinero (y no tenemos ni para medicinas) para pagar a quienes nos toman el pelo.

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