La Unión Europea permitirá que la jornada laboral se alargue hasta las 65 horas semanales y eso no tiene nada que ver con aquella vieja reivindicación, que tanta sangre costó, cuyo lema era “ocho horas para trabajar, ocho para la familia, ocho para dormir”. El gobierno español se ha abstenido, es el único que lo ha hecho, pero es que en España ya se hacen esas jornadas en muchos sitios, aunque sea ilegal. Asusta pensar lo que puede ocurrir cuando entre en vigor la ley. Se añaden medidas con el fin de que no se pueda presionar a los trabajadores para que acepten el trato. Acaso funcionen en Alemania o Francia. En España no, puesto que ahora tampoco se evita que se alargue la jornada laboral muy por encima de lo permitido.
El trabajador, en esta España nuestra, cada día está más desprotegido. Las técnicas del acoso moral cada vez están más perfeccionadas, la precariedad del empleo es creciente y las dificultades financieras mayores. El gobierno es inoperante, se limita a decir que el pesimismo no crea puestos de trabajo y que hablar de crisis es antipatriótico. Espera que haciendo gestos se resuelvan las cosas, o acaso pretende tomar el pelo a todos. Entre las ocurrencias de Zapatero está la de nombrar ministras que más que ayudar a las mujeres se proponen cargarse el idioma. Con esa falta de respeto a las normas no se entiende cómo pretende hacer cumplir las que afectan a su ministerio.
No se ve a los sindicatos por ninguna parte; por lo menos, no tienen la notoriedad que se espera de ellos en estos tiempos. La llegada masiva de inmigrantes no debería haberse traducido en una merma de las condiciones laborales existentes previamente. Si ha ocurrido es porque no se han cumplido las leyes. Una sociedad que no respeta sus leyes es una sociedad a la deriva. La tarea era titánica, pero probablemente ni siquiera se ha hecho ni el menor esfuerzo en este sentido. Los sindicatos siempre van por detrás de las cosas, a veces parecen enredados en luchas políticas que, evidentemente, no son las suyas. El mundo se enfrenta a problemas cada vez más complejos, que no permiten distracciones que, al final, se pagan muy caras. Sería conveniente que hubiera, al menos, un gran sindicato europeo. La Unión Europea no debería hacerse sin el concurso de los trabajadores.
El trabajador, en esta España nuestra, cada día está más desprotegido. Las técnicas del acoso moral cada vez están más perfeccionadas, la precariedad del empleo es creciente y las dificultades financieras mayores. El gobierno es inoperante, se limita a decir que el pesimismo no crea puestos de trabajo y que hablar de crisis es antipatriótico. Espera que haciendo gestos se resuelvan las cosas, o acaso pretende tomar el pelo a todos. Entre las ocurrencias de Zapatero está la de nombrar ministras que más que ayudar a las mujeres se proponen cargarse el idioma. Con esa falta de respeto a las normas no se entiende cómo pretende hacer cumplir las que afectan a su ministerio.
No se ve a los sindicatos por ninguna parte; por lo menos, no tienen la notoriedad que se espera de ellos en estos tiempos. La llegada masiva de inmigrantes no debería haberse traducido en una merma de las condiciones laborales existentes previamente. Si ha ocurrido es porque no se han cumplido las leyes. Una sociedad que no respeta sus leyes es una sociedad a la deriva. La tarea era titánica, pero probablemente ni siquiera se ha hecho ni el menor esfuerzo en este sentido. Los sindicatos siempre van por detrás de las cosas, a veces parecen enredados en luchas políticas que, evidentemente, no son las suyas. El mundo se enfrenta a problemas cada vez más complejos, que no permiten distracciones que, al final, se pagan muy caras. Sería conveniente que hubiera, al menos, un gran sindicato europeo. La Unión Europea no debería hacerse sin el concurso de los trabajadores.
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