El no irlandés ha vuelto a poner en el candelero a la necesaria Unión Europea. No son buenas las noticias que nos trae últimamente, pero quizá lo que ocurre es que todavía ningún país de los que la componen se la ha tomado suficientemente en serio. Da la impresión de que España es un país muy europeísta y que vota claramente a favor de la Unión, pero su política interna y las cuestiones en disputa ponen en entredicho tal supuesto. Sin embargo, lo que hay en juego es mucho más importante que las cuestiones internas que se debaten en los distintos países miembros. La globalización, las potencias económicas emergentes y el fenómeno migratorio pueden llevarse por delante los modos europeos de vida, conseguidos con gran esfuerzo y sacrificio.
Para empezar, no parece estar completamente dilucidado el criterio por el que se debe regir la Unión Europea. Los hay que caen en la trampa de buscar en el pasado la forja de una supuesta personalidad común europea, de una conciencia colectiva, camino que lleva a muchos sitios, en los que a veces convergen intereses particulares, y a ninguno en concreto que realmente sirva al bien común. Más acertado parecería utilizar el pasado únicamente para no repetir errores y pensar más en el futuro. Cabría centrarse entonces en aquellas cosas que realmente se quieren conservar y dejar de lado aquellas que no son más que pesadas cargas, rémoras en el camino.
Debería ser un ideario, y no el proceso histórico o la situación geográfica, lo que sirviera para aglutinar a los países de la Unión. Como es lógico pensar, que el ideario sea lo preferente y fundamental, no descarta los demás criterios, sino que éstos quedan en un segundo plano. Por mucho que Australia, pongamos por caso, compartiera los principios básicos europeos, no resultaría interesante que se uniera. Pero sí que resultaría muy interesante que esos principios fueran compartidos por otras alejadas naciones.
Para empezar, no parece estar completamente dilucidado el criterio por el que se debe regir la Unión Europea. Los hay que caen en la trampa de buscar en el pasado la forja de una supuesta personalidad común europea, de una conciencia colectiva, camino que lleva a muchos sitios, en los que a veces convergen intereses particulares, y a ninguno en concreto que realmente sirva al bien común. Más acertado parecería utilizar el pasado únicamente para no repetir errores y pensar más en el futuro. Cabría centrarse entonces en aquellas cosas que realmente se quieren conservar y dejar de lado aquellas que no son más que pesadas cargas, rémoras en el camino.
Debería ser un ideario, y no el proceso histórico o la situación geográfica, lo que sirviera para aglutinar a los países de la Unión. Como es lógico pensar, que el ideario sea lo preferente y fundamental, no descarta los demás criterios, sino que éstos quedan en un segundo plano. Por mucho que Australia, pongamos por caso, compartiera los principios básicos europeos, no resultaría interesante que se uniera. Pero sí que resultaría muy interesante que esos principios fueran compartidos por otras alejadas naciones.
'Ser feliz depende de ti'
'Guerra de la Independencia. Tomo II'
'Guerra de la Independencia. Tomo I'
`Las cloquetas de Cándida'
'El gran libro de los insultos'
'Franco y Hitler'
'Lo que la vida enseña'
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