Es sabido que la inteligencia es lo mejor repartido que hay, puesto que todos están conformes con la que tienen. Y es posible que sea cierto y que todos tengamos suficiente y podamos sentirnos satisfechos. Lo que ocurre es que luego no se aplica, quienes se tienen por inteligentes observan la realidad condicionados por sus propios prejuicios y egoísmos, de modo que vivimos en una torpe sociedad de castas, en la que cada cual, con uñas y dientes, trata de conservar su posición, señal de que o bien piensa que otros se la pueden quitar haciendo trampas o de que la ha ganado haciendo trampas. Lluis Foix escribió hace meses un artículo, en La Vanguardia, en el que explicaba que los ascensores sociales debían funcionar. Semanas después, Jordi Pujol hacía lo propio en el mismo medio. Hay unos cauces definidos y complejos fuera de los cuales resulta muy difícil el progreso social.
Un prócer valenciano dijo en una entrevista, tiempo atrás, que había pagado al contado todos los escalones que había subido. Esta afirmación sugiere que quienes no han conseguido subir no deben esperar nada de él, puesto que no debe nada. O debía. Supe después que enviaba cada día a su portero a pagar la multa de tráfico por exceso de velocidad. Resulta contradictorio que alguien ponga o ayude a poner leyes y luego las vulnere. Otro prócer valenciano fue contratado por un empresario que se consideraba víctima de una injusticia, para que le defendiera en los tribunales. El prócer, al tener conocimiento del caso, montó en cólera, indignado por lo que, supuestamente, le habían hecho a su cliente. Ese mismo prócer recibió una llamada de auxilio de alguien humilde, que estaba siendo sometido, supuestamente, a un trato indignante, por parte de gente muy poderosa. El prócer traicionó al humilde. Hacer el mal en ningún caso puede considerarse inteligente, aunque quienes lo hacen puedan serlo.
Las personas no somos máquinas hechas en serie, cada una tiene su propia historia personal. A un pobre se observa a través de una plantilla. Si su comportamiento no se ajusta completamente a la plantilla, se le practica algo que quizá no se aparte mucho del asesinato moral. Es decir, se le cierra a cal y canto determinada puerta. A un rico se le mira de otra manera. Es muy fácil encontrar justificantes para los actos de un rico. Ésta, nuevamente, es una actitud torpe.
Un prócer valenciano dijo en una entrevista, tiempo atrás, que había pagado al contado todos los escalones que había subido. Esta afirmación sugiere que quienes no han conseguido subir no deben esperar nada de él, puesto que no debe nada. O debía. Supe después que enviaba cada día a su portero a pagar la multa de tráfico por exceso de velocidad. Resulta contradictorio que alguien ponga o ayude a poner leyes y luego las vulnere. Otro prócer valenciano fue contratado por un empresario que se consideraba víctima de una injusticia, para que le defendiera en los tribunales. El prócer, al tener conocimiento del caso, montó en cólera, indignado por lo que, supuestamente, le habían hecho a su cliente. Ese mismo prócer recibió una llamada de auxilio de alguien humilde, que estaba siendo sometido, supuestamente, a un trato indignante, por parte de gente muy poderosa. El prócer traicionó al humilde. Hacer el mal en ningún caso puede considerarse inteligente, aunque quienes lo hacen puedan serlo.
Las personas no somos máquinas hechas en serie, cada una tiene su propia historia personal. A un pobre se observa a través de una plantilla. Si su comportamiento no se ajusta completamente a la plantilla, se le practica algo que quizá no se aparte mucho del asesinato moral. Es decir, se le cierra a cal y canto determinada puerta. A un rico se le mira de otra manera. Es muy fácil encontrar justificantes para los actos de un rico. Ésta, nuevamente, es una actitud torpe.
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