En la edición de hoy del diario Las Provincias figura una carta al director, firmada por Jaime Soler, en la que protesta de que las bicicletas circulen por las aceras con total permisividad por parte del ayuntamiento. Cuenta que una bicicleta que circulaba a gran velocidad por la acera de Botánico Cabanilles mandó al hospital a la hija de un conocido suyo. No me extraña, a mí ya me han atropellado dos veces, encima de la acera, aunque afortunadamente no me han mandado al hospital. Los ciclistas circulan a toda velocidad por las aceras de Valencia, a la vista de los guardias, y casi siempre pretenden que sean los peatones quienes se aparten. En cambio, el ayuntamiento impide que los niños, con sus mini bicis, pedaleen en los parques. Hay muchos sitios en Valencia en los que los niños pueden disfrutar de sus bicicletas, pero, desde luego en los parques es imposible. Aparecen de pronto, en cuanto un niño pretende dar dos pedaladas, los guardias del parque de Marchalenes, al que el ayuntamiento se empeña en llamar Marxalenes. El concejal Alfonso Grau dijo que algunos creen ver reminiscencias de la palabra marjal en la denominación del barrio en el que está enclavado ese parque. Pues que lea el concejal, si es que le interesa Valencia, los blogs del citado diario Las Provincias y se enterará de cuáles son esas “reminiscencias”.
La otra noticia del día tiene que ver con la deuda del ayuntamiento, que crece sin cesar y ya es el segundo de España por este concepto. Bien es cierto que Madrid y Barcelona gozan de un régimen especial, del que ha quedado fuera Valencia. Pero, por otra parte, antes de las pasadas elecciones, la alcaldesa mandó una carta a los valencianos en la que, otras cosas, presumía del rigor presupuestario. Esto del rigor queda muy bonito, pero a lo mejor también sirve para que los pobres que planean pedir ayudas no se hagan ilusiones o para justificarse ante ellos. Pero el importe de la deuda más que al rigor presupuestario remite a pensar en algún tipo de megalomanía.
La otra noticia del día tiene que ver con la deuda del ayuntamiento, que crece sin cesar y ya es el segundo de España por este concepto. Bien es cierto que Madrid y Barcelona gozan de un régimen especial, del que ha quedado fuera Valencia. Pero, por otra parte, antes de las pasadas elecciones, la alcaldesa mandó una carta a los valencianos en la que, otras cosas, presumía del rigor presupuestario. Esto del rigor queda muy bonito, pero a lo mejor también sirve para que los pobres que planean pedir ayudas no se hagan ilusiones o para justificarse ante ellos. Pero el importe de la deuda más que al rigor presupuestario remite a pensar en algún tipo de megalomanía.
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