sábado, 19 de julio de 2008

Ingrid Betancourt no odia a sus secuestradores

Escribió Alfonso Rojo un artículo en el que afirma que no comprende que Ingrid Betancourt no odie a sus captores, sino que sienta pena por ellos. Lo que ocurre es que Alfonso es un hombre de acción y acaso no sea exagerado decir que si aún está vivo es porque los milagros existen, pero quizá no ha tenido tiempo para pensar las cosas.
Ingrid Betancourt, en cambio, ha estado presa durante mucho tiempo, durante el cual no ha tenido más remedio que examinar sus propias reacciones. Así, es seguro que más de una vez el odio habrá intentado aflorar en su corazón, pero a la vista de sus declaraciones es evidente que se dio cuenta de que odiando pasaba a ser igual que quienes la tenían presa. Un verdugo siempre es un pobre diablo. Quien odia gasta un tiempo en ello que al final no le reporta nada, puesto que no sirve para reforzar su personalidad, sino que la empobrece y disminuye.
Quienes han caído en las garras de la gente depravada han de dotarse de una personalidad fuerte, capaz de resistir las villanías y las bajezas de quienes han renunciado a ser personas y se han convertido en bestias. Pilar Elías, por ejemplo, que ha de convivir con el cristalero sanguinario y, en general, las víctimas de ETA que se ven obligadas a convivir con etarras y simpatizantes de los etarras.
Unos verdugos que llevan a cabo un implacable móbbing, retroalimentándose unos a otros en su vileza, se admiran de la actitud de algún etarra, sin caer en la cuenta de que unos y otros, los etarras y ellos sienten el mismo desprecio por sus respectivas víctimas.
Todo necio confunde valor y precio, dejó escrito uno de los Machado. Un mendigo puede tener un alma grandiosa, pero esto resulta de todo punto incomprensible para quienes viven cegados por el interés o, lo que es aún peor, por el odio, que son capaces de actuar vilmente sin sentir ningún remordimiento.
Un alma grandiosa sabe que un verdugo no inspira sino ternura y compasión, dadas su poquedad y ceguera.

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