Un secuestro, aunque sólo dure un instante, es una atrocidad. Cuando se prolonga a lo largo de tanto tiempo como el que ha estado cautiva Ingrid Betancourt, es seguro que produce daños irreparables. Cambian muchas cosas en la vida de una persona y sobre todo porque no puede seguir la trayectoria que hubiera llevado de no haberse producido el secuestro. De modo que todos debemos alegrarnos de que por fin haya logrado la libertad y pueda volver a vivir como una persona digna.
Algunos equiparan a las FARC con el gobierno de Uribe y esta comparación tiene un vicio de origen. Uribe puede ser mejor o peor, pero es el presidente electo y las FARC son terroristas. Siempre hay que estar en contra de los terroristas, aunque combatan a un gobierno por el que no se sienten simpatías. Con esto no estoy explicando mi opinión sobre Uribe, cosa que tampoco tiene relevancia, sino manifestando que quienes “comprenden” a las FARC porque están disconformes con Uribe hacen muy mal por partida doble. Todo aquel que se precie de demócrata debe estar a favor de la ley en todo trance. Y como ser humano no debe ser indiferente al sufrimiento de los demás.
Por su parte, Uribe puede ver como su popularidad crece como la espuma y acaso se sienta capaz de acabar con las FARC. Pero no debe olvidar que es un presidente democrático y que se debe a las normas y costumbres de su país. Por tanto, no puede ser tenida como buena su intención de presentarse a una tercera reelección. Un demócrata sabe que nadie es imprescindible y que su misión es trabajar por su pueblo. La democracia no es un sistema perfecto, tan sólo es el menos malo de todos. El protagonista es el pueblo y los dirigentes que creen que son ellos se comportan como caudillos. El pueblo se equivoca mucho, como es natural, pero si le quita el protagonismo se acaba la democracia. Así que entre acabar con las FARC o salvar la democracia es preferible lo segundo. De todos modos, el destino de todo grupo terrorista es perecer.
De momento, brindemos por la liberación de Ingrid Betancourt y deseémosle que reencuentre de inmediato su camino en la vida.
Algunos equiparan a las FARC con el gobierno de Uribe y esta comparación tiene un vicio de origen. Uribe puede ser mejor o peor, pero es el presidente electo y las FARC son terroristas. Siempre hay que estar en contra de los terroristas, aunque combatan a un gobierno por el que no se sienten simpatías. Con esto no estoy explicando mi opinión sobre Uribe, cosa que tampoco tiene relevancia, sino manifestando que quienes “comprenden” a las FARC porque están disconformes con Uribe hacen muy mal por partida doble. Todo aquel que se precie de demócrata debe estar a favor de la ley en todo trance. Y como ser humano no debe ser indiferente al sufrimiento de los demás.
Por su parte, Uribe puede ver como su popularidad crece como la espuma y acaso se sienta capaz de acabar con las FARC. Pero no debe olvidar que es un presidente democrático y que se debe a las normas y costumbres de su país. Por tanto, no puede ser tenida como buena su intención de presentarse a una tercera reelección. Un demócrata sabe que nadie es imprescindible y que su misión es trabajar por su pueblo. La democracia no es un sistema perfecto, tan sólo es el menos malo de todos. El protagonista es el pueblo y los dirigentes que creen que son ellos se comportan como caudillos. El pueblo se equivoca mucho, como es natural, pero si le quita el protagonismo se acaba la democracia. Así que entre acabar con las FARC o salvar la democracia es preferible lo segundo. De todos modos, el destino de todo grupo terrorista es perecer.
De momento, brindemos por la liberación de Ingrid Betancourt y deseémosle que reencuentre de inmediato su camino en la vida.
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