Según una noticia que publica hoy Cinco Días, los ejecutivos vuelven en masa a las consultas de los psiquiatras y de los psicólogos. Esto no puede ser sino consecuencia de esos tiempos todavía tan cercanos en los que, eufóricos, ni pensaban en lo que podía venir. Todo su interés consistía en aprovechar la bonanza por completo, exprimiendo todo lo que hubiera que exprimir. Probablemente, si no hubiera sido esa actitud, sino que hubiera imperado la prudencia, ahora no habría crisis o, en cualquier caso, hubiera sido mucho menor. Es lógico, por otra parte, que quienes con sus decisiones han puesto en peligro sus empresas, que a la vista de la realidad se depriman. Lo que no hacen es dimitir, por lo menos la prensa no da noticia de que alguno de los que debieron tener presente el peligro, cuando se lanzaban en busca de más y más beneficios, abrumado por su irresponsabilidad haya presentado la dimisión.
Expliqué en otro lugar el caso de una adivina, que recibía a muchos ejecutivos y políticos. Ganó mucho dinero y como no le gustaba nada lo que hacía, cerró su local, alquiló otro mucho más grande y puso una tienda. Tiempo después, ésta había desaparecido y ya no sé si la trasladó a otro sitio o si la cerró por no funcionar el negocio, que es lo más probable. En este caso, habrá vuelto a abrir su consultorio en algún lugar y tendrá una gran afluencia de ejecutivos. Espero que sepa guardar el dinero que gane.
Toda esta inquietud de los ejecutivos contrasta con la tranquilidad de los políticos, como si ellos no tuvieran nada que ver con la crisis. Sin ir más lejos, todo el mundo recuerda como el plácido Solbes negaba la crisis ante un cenizo que se empeñaba en hacer las peores predicciones. No ha sido necesario mucho tiempo para que se vea que el cenizo estaba en lo cierto, pero el ministro es Solbes, que es de lo que se trataba. Lo que ocurre es que mientras los ejecutivos dependen de la salud de las empresas en que desempeñan su labor, los políticos dependen de sus jefes, que son quienes los seleccionan, y de los votos. A los políticos les afectan menos las crisis.
Expliqué en otro lugar el caso de una adivina, que recibía a muchos ejecutivos y políticos. Ganó mucho dinero y como no le gustaba nada lo que hacía, cerró su local, alquiló otro mucho más grande y puso una tienda. Tiempo después, ésta había desaparecido y ya no sé si la trasladó a otro sitio o si la cerró por no funcionar el negocio, que es lo más probable. En este caso, habrá vuelto a abrir su consultorio en algún lugar y tendrá una gran afluencia de ejecutivos. Espero que sepa guardar el dinero que gane.
Toda esta inquietud de los ejecutivos contrasta con la tranquilidad de los políticos, como si ellos no tuvieran nada que ver con la crisis. Sin ir más lejos, todo el mundo recuerda como el plácido Solbes negaba la crisis ante un cenizo que se empeñaba en hacer las peores predicciones. No ha sido necesario mucho tiempo para que se vea que el cenizo estaba en lo cierto, pero el ministro es Solbes, que es de lo que se trataba. Lo que ocurre es que mientras los ejecutivos dependen de la salud de las empresas en que desempeñan su labor, los políticos dependen de sus jefes, que son quienes los seleccionan, y de los votos. A los políticos les afectan menos las crisis.
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