domingo, 14 de diciembre de 2008

La bofetada de la madre

Da la impresión de que nadie se fía de los demás, cada uno de los implicados se ajusta al reglamento. Los profesores del colegio vieron el moratón en el cuello de David y lo llevaron al centro de salud. Pero los profesores del colegio debían conocer a la familia de David e intuir el alcance del caso. O al menos, podían haberlo averiguado hablando con él. Los médicos, a lo que se ve, tampoco quisieron complicaciones, y el parte médico acabó en el juzgado. La ley, por su parte, no parece dejar margen de maniobra al juez, si hay lesiones se trata de maltrato.
La cuestión puede ser la siguiente. Las lesiones pudieron producirse fortuitamente. El niño se había encerrado en el cuarto de baño y al recibir la torta fue a dar contra el lavabo. A nadie se le escapa que el más leve de los gestos, si está hecho con la intención de ofender, puede tener consecuencias devastadoras para la persona a la que vaya dirigido. Albert Camus explicó muy bien esta cuestión. En cambio, un golpe fortuito o dado aposta pueden perdonarse fácilmente, si quien lo dio estaba efectivamente muy distraído o lo hizo movido por el amor. No se trata de justificar la violencia, sino de tratar de darle el tratamiento exacto que corresponde.
El golpe que ha dado la ley al niño y a su madre puede acabar resultando mucho más nocivo para ambos que la bofetada que la bofetada que lo ha propiciado. Aparte de la separación física, con lo dolorosa que les puede resultar, quedará la desconfianza que puede nacer en ambos, no entre ellos dos (que también), sino entre ellos y el resto de la sociedad.
No hay que olvidar que la madre es sordomuda y el padre está en el paro. Ella ha de abandonar el hogar durante el tiempo que establece la sentencia.
Ocurre a veces que son los espíritus más bellos y bienintencionados los que caen en manos de la justicia, bien sea por la pusilanimidad de unos o por la malicia de otros.

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