Cuando surge en la calle la conveniencia de instaurar la cadena perpetua para cierta clase de delitos, se suele aducir que la justicia está orientada a la reinserción y no a la venganza. Sin embargo, cada vez que ETA hace aquello para lo que nació, los sucesivos gobernantes españoles han dicho algo así como que “se pudrirán en la cárcel”, etc. O sea, lanzan a sus administrados la idea de que habrá venganza. Lo que no viene a ser nada más que un modo de salir del paso.
Estas afirmaciones no pueden sino regocijar a los etarras, que comprueban de este modo que han hecho todo el daño que querían. La realidad es aquella partida de tute, en la que debió haber participado Ignacio Uría, se celebrara de todos modos, con la única salvedad de la sustitución de la persona asesinada.
Lo que viene sucediendo a continuación es que la víctima va viendo crecer día a día su soledad y su impotencia. Tal vez deba abandonar el País Vasco, o acaso rumiar a solas su indignación. También suele ocurrir que se denigra a las víctimas por su orientación política, como si no tuvieran derecho, o por sus supuestos errores, como si tuvieran la obligación de ser perfectos. El calvario de las víctimas no se acaba tan pronto. En realidad, no se acaba nunca.
La venganza, realmente, no sirve para nada, porque quien se venga no consigue nada con ello, salvo ponerse a la altura del agresor. Pero la pena de cárcel no debe entenderse como una venganza, sino como una precaución. No debe de ser muy difícil convenir en que a De Juana le gustaría seguir matando y lo haría si pensase que luego podría quedar impune. Y lo mismo que De Juana cualquier etarra. La cárcel sirve para que quienes están dentro no maten y quienes están fuera se lo piensen. La cárcel es una de las más eficaces armas contra ETA, de modo que su simple existencia puede servir para que se “reinserten” muchos, o sea que no se conviertan en etarras. El simple hecho de pertenecer a ETA ya debería merecer la cadena perpetua.
Estas afirmaciones no pueden sino regocijar a los etarras, que comprueban de este modo que han hecho todo el daño que querían. La realidad es aquella partida de tute, en la que debió haber participado Ignacio Uría, se celebrara de todos modos, con la única salvedad de la sustitución de la persona asesinada.
Lo que viene sucediendo a continuación es que la víctima va viendo crecer día a día su soledad y su impotencia. Tal vez deba abandonar el País Vasco, o acaso rumiar a solas su indignación. También suele ocurrir que se denigra a las víctimas por su orientación política, como si no tuvieran derecho, o por sus supuestos errores, como si tuvieran la obligación de ser perfectos. El calvario de las víctimas no se acaba tan pronto. En realidad, no se acaba nunca.
La venganza, realmente, no sirve para nada, porque quien se venga no consigue nada con ello, salvo ponerse a la altura del agresor. Pero la pena de cárcel no debe entenderse como una venganza, sino como una precaución. No debe de ser muy difícil convenir en que a De Juana le gustaría seguir matando y lo haría si pensase que luego podría quedar impune. Y lo mismo que De Juana cualquier etarra. La cárcel sirve para que quienes están dentro no maten y quienes están fuera se lo piensen. La cárcel es una de las más eficaces armas contra ETA, de modo que su simple existencia puede servir para que se “reinserten” muchos, o sea que no se conviertan en etarras. El simple hecho de pertenecer a ETA ya debería merecer la cadena perpetua.
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