El ex presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, estuvo en Valencia, con motivo de la presentación de su libro “Rompiendo cristales”, y Rafa Marí le hizo una entrevista que publica hoy el diario Las Provincias. Al leerla, los valencianos no podemos sino sentir envidia, puesto que al margen de aquellos puntos en coincidir o discrepar con el siempre polémico político prevalece la sensación de independencia con respecto a otros poderes de su partido.
En la entrevista sale a relucir el pulso que mantuvo con Felipe González, su pugna con Solchaga – que se resolvió con malos modos-, sus enfrentamientos con Narbona, sus tensas discusiones con Maragall, etc. En cambio, los dirigentes socialistas valencianos siempre dan la sensación de que son teledirigidos. Lo de Zaplana y Camps, en el otro partido, es otra cosa, levemente diferente. Acaso, no más edificante. Puede que alguien alegue que Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha podido comportarse de este modo dado su incontestable dominio electoral en Extremadura. Cabría responder a esto que el dominio de Joan Lerma no fue menos incontestable. Lerma tuvo las manos tan libres para hacer y deshacer a su antojo como las tiene ahora Camps.
Y en Lerma, y también en su equipo, fue patente no sólo su sumisión a los dictados que provenían de Madrid, sino también a los de Barcelona, con el agravante de que con estos últimos no sólo había sumisión, sino además devoción. De aquellos polvos vienen estos lodos y de ahí, probablemente, que el partido socialista valenciano no levante cabeza. Los socialistas valencianos siguen con los tics de aquellos tiempos, en los que, como ahora, sus dogmas estaban por encima del sentir de la calle.
Y para más vergüenza de los socialistas valencianos, incluidos los que están en el gobierno, resulta que Rodríguez Ibarra se muestra partidario de los trasvases. Si llega a estar radicado en Valencia, todavía lo sería más. Procede preguntarse entonces si la estructura del partido socialista valenciano permitiría que alguien como el ex político extremeño llegase a los puestos de mando.
En la entrevista sale a relucir el pulso que mantuvo con Felipe González, su pugna con Solchaga – que se resolvió con malos modos-, sus enfrentamientos con Narbona, sus tensas discusiones con Maragall, etc. En cambio, los dirigentes socialistas valencianos siempre dan la sensación de que son teledirigidos. Lo de Zaplana y Camps, en el otro partido, es otra cosa, levemente diferente. Acaso, no más edificante. Puede que alguien alegue que Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha podido comportarse de este modo dado su incontestable dominio electoral en Extremadura. Cabría responder a esto que el dominio de Joan Lerma no fue menos incontestable. Lerma tuvo las manos tan libres para hacer y deshacer a su antojo como las tiene ahora Camps.
Y en Lerma, y también en su equipo, fue patente no sólo su sumisión a los dictados que provenían de Madrid, sino también a los de Barcelona, con el agravante de que con estos últimos no sólo había sumisión, sino además devoción. De aquellos polvos vienen estos lodos y de ahí, probablemente, que el partido socialista valenciano no levante cabeza. Los socialistas valencianos siguen con los tics de aquellos tiempos, en los que, como ahora, sus dogmas estaban por encima del sentir de la calle.
Y para más vergüenza de los socialistas valencianos, incluidos los que están en el gobierno, resulta que Rodríguez Ibarra se muestra partidario de los trasvases. Si llega a estar radicado en Valencia, todavía lo sería más. Procede preguntarse entonces si la estructura del partido socialista valenciano permitiría que alguien como el ex político extremeño llegase a los puestos de mando.
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