lunes, 8 de diciembre de 2008

Rosa Díez habló en Barcelona

Algunos nos empeñamos en ver a Cataluña, o más concretamente a Barcelona, como un enclave europeo dentro de España, como un modelo al que imitar. En Barcelona residen Ana María Matute, Juan Marsé, Enrique Vila-Matas, Eduardo Mendoza, Rafael Argullol, Jorge Herralde, Arcadi Espada, por citar a vuela pluma a algunos de los intelectuales de primer orden que residen allí. Basándose en ello, uno tiende a pensar que esa bella ciudad es un emporio de tolerancia y libertad. Y además desea que sea así.
En una ciudad liberal, tolerante y cosmopolita, Rosa Díez, o cualquier otro político democrático, y por tanto digno de este nombre, debería poder explicar sus propuestas sin ningún tipo de problemas. Pues no. El hecho de que Rosa hablara en Barcelona fue considerado similar al de una hipotética conferencia sobre el holocausto dada por un nazi en un centro judío. Tan burda reacción no ha motivado la unánime protesta de la prensa barcelonesa, lo que viene a demostrar que en Cataluña rige el pensamiento monolítico y que fuera de él no hay nada.
Esta misma conclusión surge también de la respuesta de la Junta Directiva del Ateneu Barcelonés -en donde tuvo lugar el acto de Rosa-, a los socios que protestaron por ello, en la que manifiestan que la dejaron hablar aunque sus ideas estén alejadas de las posiciones catalanistas de consenso en Cataluña.
Unas pocas fechas antes, en The Economist, se había catalogado como cacique a J. Pujol y ello había puesto de los nervios a muchos. Hay que convenir en que en este estado de cosas, Cataluña está mucho mejor representada por Joan Tardà que por Arcadi Espada; se aproxima mucho más a esas posiciones catalanistas de consenso, o sea, al pensamiento único consentido, Joan Puigcercós que Rafael Argullol. Los intelectuales y, en general, todos aquellos que optan por ser independientes no pueden ser otra cosa que islotes en medio de la borrasca.

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