Vivimos en un país en el que la realidad apenas es considerada (quizá en otros países ocurra algo similar); lo que vale es lo que los poderes fácticos dicen que ocurre; lo que a ellos no les interesa dar por bueno es como si no hubiera sucedido jamás. Y así, entre otras cosas, los clubes de fútbol mueven desproporcionadas cantidades de dinero, consiguen permisos de obras con una rapidez inusitada (y a veces resulta luego que esas obras eran ilegales) y obtienen recalificaciones impensables.
De pronto, afloran algunas pruebas de sobornos o compras de partidos, que como es natural los implicados niegan, y nadie se extraña. Cabe la posibilidad de que estos hechos no se puedan demostrar en los juzgados, por lo que no se pueden dar por sentados. Lo que ocurre es que parecen muy verosímiles y lo raro (habiendo tanto dinero en juego y tanta la afición a jugar con ventaja de buena parte del personal que habita en el solar español), es que no hayan surgido unos cuantos casos más.
Tampoco parece casual que los clubes implicados en el escándalo sean el Athletic de Bilbao y el Levante U.D. El club bilbaíno, otrora admirado por todos, se mueve en un entorno mediatizado por el terror, acostumbrado a las tergiversaciones de todo tipo, a las ambigüedades y a los egoísmos más descarnados, por lo cual el asunto del soborno no ha podido sorprender nadie. Más se admiraría la gente si tuviera consecuencias. Por su parte, todo indica que los sucesivos dirigentes del también veterano club valenciano no lo respetan. Quizá no sea un fin para ellos, sino un medio. La presunción se basa en el hecho de que tratándose de un club con posibilidades, puesto que todo opina que debería consolidarse en primera división, cada vez que parece estar bien encaminado surge algo que lo frustra y lo manda al pozo de nuevo.
La noticia positiva de todo esto puede ser que la recalificación que con tanto ahínco viene persiguiendo el Levante, no se lleve a cabo. Pensar que puede servir para que se lleve a cabo una gran investigación a todo el fútbol español, en todos los sentidos, puede ser ingenuo.
De pronto, afloran algunas pruebas de sobornos o compras de partidos, que como es natural los implicados niegan, y nadie se extraña. Cabe la posibilidad de que estos hechos no se puedan demostrar en los juzgados, por lo que no se pueden dar por sentados. Lo que ocurre es que parecen muy verosímiles y lo raro (habiendo tanto dinero en juego y tanta la afición a jugar con ventaja de buena parte del personal que habita en el solar español), es que no hayan surgido unos cuantos casos más.
Tampoco parece casual que los clubes implicados en el escándalo sean el Athletic de Bilbao y el Levante U.D. El club bilbaíno, otrora admirado por todos, se mueve en un entorno mediatizado por el terror, acostumbrado a las tergiversaciones de todo tipo, a las ambigüedades y a los egoísmos más descarnados, por lo cual el asunto del soborno no ha podido sorprender nadie. Más se admiraría la gente si tuviera consecuencias. Por su parte, todo indica que los sucesivos dirigentes del también veterano club valenciano no lo respetan. Quizá no sea un fin para ellos, sino un medio. La presunción se basa en el hecho de que tratándose de un club con posibilidades, puesto que todo opina que debería consolidarse en primera división, cada vez que parece estar bien encaminado surge algo que lo frustra y lo manda al pozo de nuevo.
La noticia positiva de todo esto puede ser que la recalificación que con tanto ahínco viene persiguiendo el Levante, no se lleve a cabo. Pensar que puede servir para que se lleve a cabo una gran investigación a todo el fútbol español, en todos los sentidos, puede ser ingenuo.
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