He leído muchas cosas acerca del vil asesinato de Ignacio Uría y la última de todas ha sido la homilía de monseñor Uriarte, que casualmente es la más tibia de todas, la que menos sentido tiene. La diferencia consiste en mientras los demás han dado sus propias opiniones, Uriarte ha hablado en nombre de la Iglesia.
Una de las primeras frases de la homilía es la que sigue: “¿Es éste el camino para la liberación que ETA promete? ¿Qué liberación?” De donde resulta que monseñor da pábulo a ETA, le presupone alguna buena intención. Ignora que ETA es una banda cuya única finalidad es el crimen en todas sus formas y modalidades.
Otra de las perlas del ilustre representante de la Iglesia es esta: “Pero nos avisan que para desarraigarla no basta la pura justicia; es necesario el amor a las personas, al pueblo.” ¿Sabría explicar el obispo qué significa ‘pura justicia’? Cuando afirma a continuación que además de la justicia es necesario el amor a las personas, demuestra desconocer que sin amor no puede haber justicia. Sin amor no hay justicia sino arbitrariedad, que es en lo que él ha caído al no condenar rotunda, claramente y sin paliativos, como han hecho los demás, todo lo que concierne a ETA.
Dice que muchos de los empresarios vascos están amenazados y calla que quienes no lo están deberían avergonzarse. Habla de aparcar diferencias que impiden la paz posible, en lugar de exhortar a todos a que denuncien ante la justicia a los etarras que conozcan.
Se refiere al final de su homilía al valor de la palabra, pero por lo visto se escapa que no vale una palabra cualquiera, o un grupo palabras tan vano como el suyo, sino las palabras exactas, las que corresponden al momento. Y todos los momentos que tienen que ver con ETA precisan de palabras inequívocas, de frases certeras en contra del crimen.
Algunos piden la dimisión o el cese de este obispo. La realidad viene demostrando que todos los obispos que se instalan en el País Vasco acaban conquistando el corazón de Arzallus.
Una de las primeras frases de la homilía es la que sigue: “¿Es éste el camino para la liberación que ETA promete? ¿Qué liberación?” De donde resulta que monseñor da pábulo a ETA, le presupone alguna buena intención. Ignora que ETA es una banda cuya única finalidad es el crimen en todas sus formas y modalidades.
Otra de las perlas del ilustre representante de la Iglesia es esta: “Pero nos avisan que para desarraigarla no basta la pura justicia; es necesario el amor a las personas, al pueblo.” ¿Sabría explicar el obispo qué significa ‘pura justicia’? Cuando afirma a continuación que además de la justicia es necesario el amor a las personas, demuestra desconocer que sin amor no puede haber justicia. Sin amor no hay justicia sino arbitrariedad, que es en lo que él ha caído al no condenar rotunda, claramente y sin paliativos, como han hecho los demás, todo lo que concierne a ETA.
Dice que muchos de los empresarios vascos están amenazados y calla que quienes no lo están deberían avergonzarse. Habla de aparcar diferencias que impiden la paz posible, en lugar de exhortar a todos a que denuncien ante la justicia a los etarras que conozcan.
Se refiere al final de su homilía al valor de la palabra, pero por lo visto se escapa que no vale una palabra cualquiera, o un grupo palabras tan vano como el suyo, sino las palabras exactas, las que corresponden al momento. Y todos los momentos que tienen que ver con ETA precisan de palabras inequívocas, de frases certeras en contra del crimen.
Algunos piden la dimisión o el cese de este obispo. La realidad viene demostrando que todos los obispos que se instalan en el País Vasco acaban conquistando el corazón de Arzallus.
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