Según una información que publica hoy el diario Levante-EMV, desde 1999, TVV y TV3 han ido perdiendo audiencia, hasta llegar a los registros actuales, que son los peores de su historia. Las demás cadenas públicas tampoco andan muy boyantes y dados los tiempos que vivimos sería conveniente replantear la situación, aunque nuestros políticos no lo harán. Por estos lares se espera que los milagros los haga Obama.
La televisión valenciana es obra del gobierno de Lerma. Por aquel entonces, la situación no era muy diferente de la actual, con la salvedad de que era estable o con tendencia a mejorar, mientras que ahora no se sabe hasta qué punto va a empeorar. La cuestión es que en aquella época, como en esta, las necesidades eran muchas y el dinero disponible podría haberse gastado en beneficio de la ciudadanía, procurando aumentar el empleo y en socorrer a los necesitados.
Por aquel entonces ya se podía prever perfectamente que la lucha por la audiencia iba a ser cada vez más difícil y enconada. Y que, a la larga, competir con las grandes multinacionales acabará siendo tarea imposible. Cada vez resulta más fácil sintonizar las cadenas de televisión de todo el mundo y este detalle no se le escapa a nadie.
Sin embargo, la excusa de las singularidades autonómicas, del fomento de lo propio, de la recuperación del idioma local, ha servido para que proliferen todas estas cadenas autonómicas. Y lo que la experiencia ha venido a demostrar es que lo que les gusta a los políticos es salir en la televisión todos los días. Este capricho de los políticos nos cuesta un buen puñado de dinero a los ciudadanos, muchos de los cuales ya no saben hacia dónde mirar, si hacia el Pocero, o hacia Cáritas.
Sería conveniente replantear el papel y la función de las televisiones públicas, también la española y, al menos, fijar un tope inamovible de gastos. Ojalá tuviéramos una clase política responsable.
La televisión valenciana es obra del gobierno de Lerma. Por aquel entonces, la situación no era muy diferente de la actual, con la salvedad de que era estable o con tendencia a mejorar, mientras que ahora no se sabe hasta qué punto va a empeorar. La cuestión es que en aquella época, como en esta, las necesidades eran muchas y el dinero disponible podría haberse gastado en beneficio de la ciudadanía, procurando aumentar el empleo y en socorrer a los necesitados.
Por aquel entonces ya se podía prever perfectamente que la lucha por la audiencia iba a ser cada vez más difícil y enconada. Y que, a la larga, competir con las grandes multinacionales acabará siendo tarea imposible. Cada vez resulta más fácil sintonizar las cadenas de televisión de todo el mundo y este detalle no se le escapa a nadie.
Sin embargo, la excusa de las singularidades autonómicas, del fomento de lo propio, de la recuperación del idioma local, ha servido para que proliferen todas estas cadenas autonómicas. Y lo que la experiencia ha venido a demostrar es que lo que les gusta a los políticos es salir en la televisión todos los días. Este capricho de los políticos nos cuesta un buen puñado de dinero a los ciudadanos, muchos de los cuales ya no saben hacia dónde mirar, si hacia el Pocero, o hacia Cáritas.
Sería conveniente replantear el papel y la función de las televisiones públicas, también la española y, al menos, fijar un tope inamovible de gastos. Ojalá tuviéramos una clase política responsable.
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