Wilson R. Ribera es un ecuatoriano que salvo a una mujer de morir apuñalada. Le iban a dar una medalla, pero ocurre que tiene seis denuncias por maltrato. El resultado de ello puede ser que cuando un pobre sea testigo de una situación equiparable en lugar de socorrer a la víctima opte por desaparecer de la escena, no vaya a ser que luego investiguen su vida. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.
No resulta fácil lograr que se reconozcan los méritos de los pobres. Dos jubilados valencianos, Guillermo Caballero Martínez y Julio Antonio Casino Ibáñez, uno detrás del otro y cada uno de ellos en solitario, se jugaron la vida en un atraco. El atracador, provisto de una descomunal navaja, tenía un rehén, vociferaba, blandía muy amenazadoramente la navaja, y daba fuertes puntapiés a la puerta del recinto blindado de un banco. Antes del juicio el atracador aceptó una condena de trece años, lo que demuestra que el riesgo que corrieron fue grande. Sin embargo, no han obtenido ningún premio ni reconocimiento.
Otra cosa ocurre con los ricos, ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Hay personajes que tienen calles dedicadas, o que reciben grandes honores, que han cometido grandes villanías o traiciones. Pero a los ricos no se les investiga. Baste recordar que a Mario Conde lo nombraron Doctor Honoris Causa. Y no me extrañaría que tuviera más premios o condecoraciones.
Entre quienes ocupan la actualidad, los premios están a la orden del día, cuando no les toca uno, les toca otro, y nadie se detiene a investigar sus vidas para comprobar si han defraudado a alguien, o si le dieron dinero a Madoff, o si tienen cuentas en lugares secretos, o cualquiera de esas cosas que sí se miran en los menos pudientes.
Si Wilson S. Ribera arriesgó su vida por otra persona, ese acto merece un premio, con independencia de lo que haya hecho anteriormente. Tampoco sé si es correcto que se haya divulgado que tiene seis denuncias.
No resulta fácil lograr que se reconozcan los méritos de los pobres. Dos jubilados valencianos, Guillermo Caballero Martínez y Julio Antonio Casino Ibáñez, uno detrás del otro y cada uno de ellos en solitario, se jugaron la vida en un atraco. El atracador, provisto de una descomunal navaja, tenía un rehén, vociferaba, blandía muy amenazadoramente la navaja, y daba fuertes puntapiés a la puerta del recinto blindado de un banco. Antes del juicio el atracador aceptó una condena de trece años, lo que demuestra que el riesgo que corrieron fue grande. Sin embargo, no han obtenido ningún premio ni reconocimiento.
Otra cosa ocurre con los ricos, ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Hay personajes que tienen calles dedicadas, o que reciben grandes honores, que han cometido grandes villanías o traiciones. Pero a los ricos no se les investiga. Baste recordar que a Mario Conde lo nombraron Doctor Honoris Causa. Y no me extrañaría que tuviera más premios o condecoraciones.
Entre quienes ocupan la actualidad, los premios están a la orden del día, cuando no les toca uno, les toca otro, y nadie se detiene a investigar sus vidas para comprobar si han defraudado a alguien, o si le dieron dinero a Madoff, o si tienen cuentas en lugares secretos, o cualquiera de esas cosas que sí se miran en los menos pudientes.
Si Wilson S. Ribera arriesgó su vida por otra persona, ese acto merece un premio, con independencia de lo que haya hecho anteriormente. Tampoco sé si es correcto que se haya divulgado que tiene seis denuncias.
1 comentario:
SR. SPAIN :
Sus comentarios me merecen en general los maximos respetos .
Pero no el actual .
El Sr. Conde cometio un error fácil de entender en aquellos y estos tiempos tan villanos y perversos .
Entiendo que fue un gran error,culpable y punible por codicia, pero sin extrema mendacidad .
No es correcto, por ello, mencionar de tal modo, a éste o a cualquier otro "angel caido" .
Sin embargo, cruel es la actuación de este Gobierno, el general y otros inferiores : Se comportan,aunque protegidos por una masa intelectualmente infame,y al menos alguno o varios de sus miembros, tanto con premeditación que con alevosía y perversidad .
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