Sin los actos altruistas la humanidad hubiera perecido hace tiempo, el egoísmo no conduce nunca a nada bueno. Winston Churchill supo verlo así: La falla de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles sino importantes. Dar sangre es un acto altruista de enorme importancia. Como dice el lema, “dar sangre es dar vida”. He visto que algunos donantes sufren cuando dan, porque resulta difícil encontrarles la vena, o porque, por motivos que desconozco, sufren mareos u otras dificultades y a pesar de todo vuelven. Lo habitual, no obstante, es que no haya ningún problema.
El donante es el rey, según reza en los decálogos al uso. O sea, que esa es la teoría y esa debería ser la realidad. Un donante es alguien que sacrifica parte de su tiempo con el fin de ayudar a otros a que vivan. Al menos momentáneamente ha superado su egoísmo y si lo ha hecho una vez cabe esperar que pueda hacerlo más, dando sangre de nuevo o de cualquier otro modo. Goza además de una cierta superioridad moral, puesto que la sangre que regala puede servir para curar a quien ha tratado por todos los medios de perjudicarle. Es evidente pues que la donación de sangre estimula el civismo y ayuda a consolidar la humanidad. Pero se da poca sangre.
La política es, teóricamente, un servicio público, aunque lo que hacen los políticos españoles es crear problemas, en el intento de tener excusa para perpetuarse en sus puestos y esquilmar las arcas públicas. Para compensar esto y hacer algo realmente útil, nuestros políticos deberían hacerse donantes de sangre y además hacer publicidad de ello, con el fin de convencer al mayor número posible de personas.
Es fácil imaginar que el día en que estuviera anunciada Soraya acudiría una multitud. Más que el día en que le correspondiera a María Teresa, la doña, por supuesto. El día de Zapatero acudirían todos los de su gremio. Y el de Rajoy, se lo pensarían “¿voy o no voy?” Los que tuvieran que coincidir con González Pons llevarían tapones para los oídos y aspirinas, por si aquéllos no fueran suficientes. Quienes coincidieran con Maleni se harían previamente un seguro de vida y acudirían con casco y salvavidas.
El donante es el rey, según reza en los decálogos al uso. O sea, que esa es la teoría y esa debería ser la realidad. Un donante es alguien que sacrifica parte de su tiempo con el fin de ayudar a otros a que vivan. Al menos momentáneamente ha superado su egoísmo y si lo ha hecho una vez cabe esperar que pueda hacerlo más, dando sangre de nuevo o de cualquier otro modo. Goza además de una cierta superioridad moral, puesto que la sangre que regala puede servir para curar a quien ha tratado por todos los medios de perjudicarle. Es evidente pues que la donación de sangre estimula el civismo y ayuda a consolidar la humanidad. Pero se da poca sangre.
La política es, teóricamente, un servicio público, aunque lo que hacen los políticos españoles es crear problemas, en el intento de tener excusa para perpetuarse en sus puestos y esquilmar las arcas públicas. Para compensar esto y hacer algo realmente útil, nuestros políticos deberían hacerse donantes de sangre y además hacer publicidad de ello, con el fin de convencer al mayor número posible de personas.
Es fácil imaginar que el día en que estuviera anunciada Soraya acudiría una multitud. Más que el día en que le correspondiera a María Teresa, la doña, por supuesto. El día de Zapatero acudirían todos los de su gremio. Y el de Rajoy, se lo pensarían “¿voy o no voy?” Los que tuvieran que coincidir con González Pons llevarían tapones para los oídos y aspirinas, por si aquéllos no fueran suficientes. Quienes coincidieran con Maleni se harían previamente un seguro de vida y acudirían con casco y salvavidas.
'Casi nunca'
'Veinte Grandes Fraudes de la Historia'
'Razón y desencanto'
'Las fosas de Franco'
'Bambalinas de cartón'
'Amnistía Internacional'
'¿Tienen los animales que lavarse los dientes?'
'Arrasando con el corazón'
1 comentario:
Gracias, Vicente. Me acabas de recordar que no doy sangre desde el verano. Me pongo a ello.
Un saludo.
Publicar un comentario