viernes, 2 de enero de 2009

Pepiño es contrario al aborto

No sabe Pepiño el peso que nos ha quitado de encima al explicar de forma tan tajante que él es contrario al aborto. Pensará que ahora ya podemos estar tranquilos y confiar en lo que haga, dada su buena fe. Dice que el aborto es una situación excepcional. Por otro lado, no he visto ninguna explicación sobre el asunto en su cuaderno. Debe de considerar que con haberlo afirmado ya es suficiente.
Después de aquello dice que su voto es favorable al aborto porque esa es la vía para proteger los derechos de las madres y de los profesionales de la medicina. Afirmaciones para las que tampoco da ninguna explicación, pero es que la puede dar. Pero, además, al decir que quiere proteger los derechos de las madres contradice de lleno su afirmación de que es contrario al aborto.
Una cosa es que comprenda que algunas mujeres, dadas sus circunstancias y el carácter egoísta de nuestra sociedad, decidan abortar, ya que en modo alguno se ven capaces de sacar a su hijo adelante. Pero reconocer que el aborto es un derecho y no una solución desesperada es un paso más. Pepiño, a estas alturas, no puede engañar a nadie.
Ignoro en qué momento la ley reconoce al futuro ser su condición de persona, ni tampoco sé cuando lo hace la filosofía. Pero sí sé que en el momento en que un ser es concebido tiene características propias e irrepetibles. También sé que es el ser más inocente y la parte más débil de cuantas intervienen en el proceso. Fomentar el egoísmo no parece una medida positiva para la humanidad, por mucho que quienes lo hacen se llamen a sí mismos progresistas.
Ser engendrado es mucho más difícil que acertar en cualquier lotería, con la diferencia de que a la lotería se juega, mientras que quien es engendrado no ha pedido serlo. Ser engendrado es algo grandioso, algo cuya magnitud no es tenida en cuenta. Pero el embrión se apresta a vivir, necesita y merece todo tipo de apoyos –y esos apoyos constituyen el germen de la dignidad humana-, y resulta que en lugar de eso, son numerosos los peligros que se ciernen ya sobre él.
En una sociedad que acepta el aborto quienes nacen no cuentan con un amor incondicional, ni de sus padres ni de nadie, sino que son fruto de las conveniencias. Esto, como es natural, repercute en todos. La gente en estas condiciones no puede ser igual de confiada. Con razón, para Julián Marías, la aceptación social del aborto es una de las dos mayores catástrofes del siglo XX.

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