El sistema de gobierno español ha venido siendo, a lo largo de los tiempos, el absolutismo, incluso cuando en los países de nuestro entorno ya se había impuesto la democracia. Y al absolutismo le siguió la dictadura. Durante todo este tiempo la religión ha tenido una importancia capital en España, hasta el punto de que los obispos hablan como si fuesen los dueños del país.
En este contexto, no resulta extraño que en el ánimo de los españoles imperen los espíritus religioso y dictatorial. En estos tiempos que cada vez va menos gente a misa, el espíritu religioso se ha trasladado a la política. La forma de los españoles de seguir a sus partidos políticos preferidos tiene mucho de religiosa. Esto se pone de manifiesto en muchos seguidores de todos los partidos, cuyo entusiasmo oscila entre el de los forofos de los clubes de fútbol y el de los fervorosos creyentes.
Donde se ve más claro es en el caso de los nacionalistas. No dan discursos, sino sermones. No tratan de explicar las bondades de sus propuestas, sino que éstas las dan ya por sabidas, son dogmas. Los nacionalistas se apoyan mucho en los dogmas, y se infiltran de tal modo en las mentes de los ciudadanos de las Comunidades Autónomas en las que han conseguido implantarse que los representantes de los otros partidos, aparentemente laicos, se ven obligados a aceptar muchos de estos dogmas como único modo de conseguir algún voto. Incluso tienen su remedo del tribunal de la Inquisición, como es ese organismo que persigue en Cataluña a todos aquellos comercios que no rotulen en catalán. En el País Vasco, el remedo de la Inquisición es más tenebroso aún. Esos vascos que siguen la política como si fuera una religión se llevaron sendos varapalos con la publicación de dos libros, Vidas rotas y Mal consentido. Su villanía ha quedado al descubierto. En la actualidad, políticos medrosos y oportunistas, atributos que tampoco son ajenos a muchos clérigos, hay movimientos tendentes a lavarles la cara, pero la tienen muy sucia.
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