El
trato que se les viene dando a los guardias civiles y a sus
familiares en el País Vasco es indigno de seres humanos. Aunque tal
vez convenga aclarar que tengo la sospecha de que la condición
humana no es algo que se adquiere por el simple hecho de nacer, sino
que es una posibilidad al alcance nuestro. Hay que aprovecharla,
claro; quien no lo hace se queda en animal. Con forma humana, eso sí.
Creo
que es el momento de hablar de esos simpatizantes de Bildu, Amaiur y
similares. Y de esos alcaldes, quizá barbados, que llegan de otros
rincones para defender a los asesinos, después haber hecho algo que
se puede denominar, de modo muy suave, como payasada, sin importarles
que con ello consiguen que se asocie el nombre de España a la
irresponsabilidad. Quizá ya esté dicho todo sobre esos.
Cualquiera
que lea los artículos de J.M. Ruiz Soroa, dirá que los entiende. No
puede ser de otro modo, porque escribe de modo muy claro. Y, sin
embargo, los hechos demuestran que no se le entiende. Y si ocurre así
no es porque se explique mal, sino porque sus artículos están
dirigidos a gente bien. Por ejemplo, el titulado Tricornios
y votos, publicado en El Correo, el 19 de los corrientes.
Aquellos que han sido vencidos por la desidia, el miedo o la
estupidez, no pueden llegar a captar el alcance de lo que dice.
La
Guardia Civil ha hecho mucho por los vascos, pero éstos,
mayoritariamente, se ponen de parte de quienes quieren hundirlos. A
que las cosas sean de este modo han contribuido mucho esos ambiguos,
o equidistantes, algunos de los cuales son muy aficionados al
púlpito, otros dan idea de que se pasan la vida ante el espejo,
peinándose, otros parecen el vivo retrato de satanás, sin que
falten los diversos rostros que tiene la traición.
Se
dice que hay democracia en un sitio cuando alguien que piensa lo
contrario que la mayoría puede transitar tranquilamente por sus
calles. Precisamente eso es lo que intenta la Guardia Civil en el
País Vasco. Cuando los vascos lo sepan agradecer podrá decirse que
viven en democracia.
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