Las
apariencias engañan y lo que a simple vista puede verse de un modo,
si se acerca la lupa, puede resultar muy diferente de que lo fue
nuestra primera impresión.
Si
se piensa en el alcalde de un pueblo y el Secretario de ese
ayuntamiento, una primera mirada daría a entender que puesto que el
alcalde ha sido elegido por los ciudadanos, al ir incluido en una
lista, y el Secretario haber conseguido el cargo por oposición, es
el primero el amigo de los ciudadanos, y el segundo el defensor de
unos intereses que no se entienden muy bien y que con mucha
frecuencia chocan con los del pueblo.
La
realidad es otra, sin embargo. Un alcalde puede llegar a serlo
mediante la demagogia y luego puede utilizar los votos conseguidos en
contra de quienes se los han otorgado. Esto no es ninguna suposición
teórica. No hay más que ver la cantidad de ayuntamientos quebrados,
quizá de por vida, para comprenderlo. Los alcaldes que han llevado a
sus ayuntamientos a esta situación han abusado de la confianza de
sus vecinos.
Un
Secretario de ayuntamiento no se presenta a unas elecciones, sin
embargo supera unas oposiciones. Estas oposiciones están estatuidas
por la sociedad y con ellas se pretende constatar que el aspirante
tiene los conocimientos requeridos. Su función, o una de sus
funciones, consiste en garantizar que los actos del consistorio se
ajustan a la ley. Por tanto, el Secretario, sea buena o mala persona,
no tiene más remedio que defender a los ciudadanos, porque no
depende de caer o no caer bien a nadie, sino de un reglamento
estricto.
Los
ciudadanos de cualquier pueblo o ciudad deberían ver en el
Secretario un aliado. Y siempre que hubiera una discrepancia entre él
y el alcalde, salvo raras excepciones, deberían estar de parte suya.
Los ayuntamientos que están en quiebra lo están a pesar de los
Secretarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario