El
titular de la sentencia con la que se condena a 21 años de cárcel a
Breivik, por haber matado a 77 personas induce a pensar que la leyes
noruegas son aún más blandas que las españolas, que permitieron
escapar a De Juana y a una multitud más de etarras.
Pero
al leer la noticia se constata que lo más probable es que el Breivik
acabe sus días en la cárcel puesto que su condena va a ser revisada
de cinco en cinco años.
Ya
se ve aquí que los constituyentes españoles pecaron de pardillos.
Tan listos que se creían que eran y preparados que se pensaban que
estaban y no se les ocurrió esto. Ellos parieron la gran idea: la
pena de cárcel debe estar orientada a la reinserción y no a la
venganza. O tal vez la copiaron de otro sitio.
La
ley noruega también puede contentar a esos que se la cogen con papel
de fumar. La condena de Breivik se revisará cuando lleve tan solo
diez años en la cárcel. O sea que si esos diez años le han servido
para que recapacite y se dé cuenta de lo malo que ha sido, etc.,
podrá salir de la cárcel. Pero si no ha sido así, seguirá
encerrado al menos durante cinco años más.
Cualquier
español al que le hayan dolido los atentados etarras, todos y cada
uno de ellos, sentirá que con este método nos hubiéramos ahorrado
mucha vergüenza y probablemente muchos asesinatos.
Lo
de la vergüenza viene muy a cuento durante estos días por lo que
nos está haciendo enrojecer el actual ministro del Interior, llamado
Jorge Fernández Díaz. Con el método noruego, y con la justicia
independiente, ni uno solo de los etarras condenados hubiera podido
salir de la cárcel.
Esas
huelgas de hambre, esos brindis con champán cada vez que se cometía
un atentado, hubieran sido puntos en contra cuando se revisaran sus
condenas.
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