Cuando
un político dice que ya está bien de mamandurrias y bicocas no se
refiere a las mamandurrias y las bicocas, sino a las mamandurrias y
las bicocas que no le gustan.
Si
un político español no estuviera de acuerdo con las mamandurrias y
bicocas propondría de inmediato un proceso constituyente, con el fin
de que los españoles disfrutemos de la tan ansiada democracia. Con
prensa libre y justicia independiente. Una democracia en la que
cualquier español pudiera sentirse un señor y se supiera capaz de
enfrentarse a un poderoso en el caso de que tuviera razón. Sin la
razón es difícil que un pobre se enfrente a un poderoso en ninguna
parte.
Mientras
llegue ese momento, en España vivimos un régimen que es peor que
una dictadura, puesto que siéndolo muchos creen que vivimos en
democracia.
Mamandurria
sería que una política española tuviera un funcionario dedicado
exclusivamente a llevarle el bolso y las gafas. Se comprende que ella
necesite que alguien lo haga, pero debería pagárselo de su
bolsillo. Si se diera el caso, la señora en cuestión debería
comprender que los contribuyentes no tenemos obligación de pagar sus
carencias.
Bicoca
sería que una política española fuera en coche oficial a la
peluquería, en horario laborable, y que luego la factura se cargara
a gastos generales.
Mamandurria
o bicoca sería que todo un ex presidente de gobierno se casara en el
juzgado sin hacer cola. Eso de tener trato de favor de los jueces no
casa bien con las convicciones democráticas.
Mamandurrias
y bicocas, todo junto y en plural, sería haber dejado vacías todas
las arcas del Estado, en todos y cada uno de los lugares en que hay
arcas del Estado, sin que nadie haya sido procesado y ningún
político se sienta responsable. Hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades, dicen. Y se quedan tan anchos. Eso no es bicoca, ni
mamandurria. Eso es cara dura.
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