Se
habla de expulsar a Grecia del euro como si Grecia fuera una cosa y
no una nación llena de griegos, muchos de ellos muy pobres. Para los
griegos ricos el problema sería menor, incluso es posible que
encontraran oportunidades para incrementar sus riquezas.
A
Grecia se le permitió entrar en la Unión Europea y en el euro de
forma irreflexiva. Toda la Unión Europea se ha construido de la
misma forma, pensando en las ventajas y olvidando los inconvenientes.
Y ahora vive una situación no prevista.
Las
naciones que componen la Unión Europea tienen diferentes niveles de
eficiencia política. Y no hay herramientas para lograr que los
países miembros mejoren esta eficiencia. Y no las hay porque se
trata de países soberanos, con sus propios sistemas políticos.
La
única herramienta que tienen los países que prestan dinero, porque
se les pide, es imponer condiciones. Y entre las condiciones no puede
estar la fundamental: el modo de lograr que el sistema político sea
eficiente. De España, por ejemplo, se dice que hay diecisiete
autonomías derrochadoras, pero la cuestión no es, según mi
parecer, el sistema autonómico, sino el modo de funcionar que tiene.
Quizá, el peor de los posibles. No se trataría, pues, de suprimir
las Autonomías, sino de encontrar una pauta de funcionamiento que
fuera eficiente.
Los
políticos, de Grecia, de España, o de cualquier otro país, son
reacios a cambiar las estructuras políticas de sus países porque de
hacerlo lo más probable es que los vientos del cambio se los
llevaran por delante.
Los
acontecimientos, muchos de ellos motivados por la crisis galopante,
hacen necesario el fortalecimiento de la Unión, y la expulsión de
Grecia, aparte de ser un problema para Grecia y para la Unión, por
los terribles costes para ambos que resultarían de la circunstancia,
no ayudaría en este sentido. ¿Cómo se puede conseguir que los
políticos piensen en los ciudadanos y no en sí mismos?
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