Los
británicos nunca hablan de Blas de Lezo. Piensan que basta con no
citar las cosas que les disgustan para que sea como si no hubieran
ocurrido. Así consiguen que su historia sea ejemplar y, por
consiguiente, se sienten orgullosos de ella.
Dicen
que quienes no conocen su historia están condenados a repetirla. Es
decir, el papel de la historia no es el de servir de pretexto para la
petulancia. La frase podría formularse de otro modo: la historia no
sirve a los tontos. Porque su finalidad es la de servir de enseñanza
para no repetir los errores. No obstante, los nacionalistas la
utilizan en su propio beneficio, omitiendo lo que les conviene,
tergiversando lo que no se ajusta a sus propósitos y exagerando lo
que les gusta. Obviamente, precisan de una legión de tontos que se
lo crea todo.
Pueden
estar satisfechos los hijos de la Gran Bretaña. ¡Dios salve a la
reina! (Y a nosotros de ella). Amenaza la Gran Bretaña a Ecuador y
los súbditos de Su Graciosa Majestad, que yo no creo que tenga
ninguna gracia, asienten complacidos. Es que el Reino Unido tiene
razón, los tratados internacionales le amparan. Ah, pero cuando es
al contrario, o sea, cuando el Reino Unido no tiene razón y la reina
se pasa los tratados internacionales por donde quiere, esos súbditos
suyos también aplauden complacidos. Siempre que salgan ganando, con
limpieza o con extrema indignidad, aplauden complacidos. Luego, si es
un hecho glorioso, lo apuntan en su historia. Si el hecho es
ignominioso para ellos, lo olvidan. O lo cuentan de otro modo.
Pero
Ecuador, por esta vez, ha encontrado un justificante de primer orden.
Si los ingleses tuvieran lo que en España se llama vergüenza
torera, le aplaudirían. Ecuador no se fía del Reino Unido. Lógico.
Y el siguiente argumento todavía tiene más peso: En Estados Unidos
rige la salvaje pena de muerte.
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