Hace
poco, en una iglesia de La Habana, se celebró una misa por la salud
de Hugo Chávez. El Señor lo permite.
Desear
que los demás gocen de buena salud es, sin duda, un acto caritativo
y, en principio, no habría nada que objetar. Ocurre, sin embargo,
que la propia Iglesia Católica, si no estoy equivocado, admite que
se mate a un semejante si es en defensa propia. Y esa es la cuestión,
para que otros puedan recuperar su salud es necesario que el
dictatorial Chávez pierda la suya. O sea, que muera. O que renuncie
a su cargo de presidente de Venezuela y se quede para siempre en
Cuba.
Mientras
no ocurra ninguna de las dos cosas, la realidad nos la explica
Francisco de Quevedo: “Donde hay poca justicia es un peligro tener
razón”. Que se lo pregunten si no a la jueza María Lourdes
Afiuni, encarcelada, tras un juicio grotesco, por haber querido
cumplir la ley, en lugar de obedecer a los designios de Chávez. Las
revelaciones sobre el caso Afiuni de la valiente venezolana Martha
Colmenares hacen estremecer a cualquiera que guarde un ápice de
sensibilidad en su persona.
Hasta
hace poco, algunos españoles defendían a Hugo Chávez. Por aquello
de que se ha puesto la etiqueta de izquierdas. Si leen lo que cuenta
Martha lo tendrán más difícil, e incluso cabe la posibilidad de
que se avergüencen por haberle apoyado anteriormente.
Pero
Chávez, o sus secuaces, no se conforma con haber encarcelado
arbitrariamente a la jueza, cosa que ha repercutido en su salud.
También han condenado a José Amalio Graterol, abogado de la jueza.
Como ha comentado alguien jocosamente “ahora falta condenar a la
abogada del abogado de la jueza Afiuni”.
De
todo son capaces los integrantes de esa numerosa legión llamada “Los
Devotos de la Impunidad”, que en algunos lugares tienen campo
abonado.
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