Mi
amigo A. me informa, muy ufano, de que ha sido nombrado director de
Recursos Humanos. Ahora se llaman así, y con ese nombre se hace
patente que las personas que trabajan no son más que recursos,
prescindibles por otra parte, como bien saben muchos, como los demás
recursos con los que cuenta una empresa. Unos empresarios son más
humanos que otros.
Es
de común dominio que no se nombra director de Recursos Humanos a
quien sea mejor persona de todos. Ignoro cómo son las cosas en otros
países, pero en España, aunque a la hora de contratar personal se
habla mucho de eficiencia, idoneidad o conocimientos, lo fundamental
es la obsecuencia. Creo que esto tiene que ver con el hecho de que la
oligarquías vienen ejerciendo el control absoluto de la situación
en España a lo largo de los tiempos.
En
España, cuando el jefe hace un gesto, todos sus subordinados que
quieren conservar su puesto se ponen en fila india, o como haga
falta. Esto se ve incluso, o sobre todo, en la política, en la que
los ministros o consejeros ven venir la catástrofe y callan, o no la
ven venir porque sólo están pendientes del estado de ánimo del
jefe; se ve en la prensa, en donde afamados columnistas, personas
cultas, hacen la pelota al director, con absoluto descaro y sin
sonrojarse.
En
la petición de informes sobre un empleado nuevo de una gran empresa
figuraban las preguntas: ¿Es dócil? ¿Es humilde? Obviamente, ni la
docilidad ni la humildad de sus empleados le importaban nada al
director de Recursos Humanos. Se refería a estas cualidades como
sinónimos de otras cosas que mejor es no nombrar. Por otra parte,
resulta vomitivo que se prostituyan conceptos tan bellos como esos.
Cervantes, sin ir más lejos, era ambas cosas, humilde y dócil.
De
modo que con respecto a A. tengo los sentimientos encontrados. Por un
lado, me alegro por él y, por el otro, la constatación de que no se
trata de una persona ejemplar, y aunque no esté bajo sus dominios,
me obligará a ser más cuidadoso en mis relaciones con él.
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