Creo
que Ortega y Gasset dijo algo parecido a esto: Señora, lo único que
yo quiero de usted es su conformidad.
Y
en esa frase, probablemente, se resume el misterio del amor.
Conseguir los favores de una dama mediante algún tipo de
contraprestación no tiene mérito alguno, ni puede proporcionar la
misma satisfacción que si las cosas ocurren normalmente. Es como
sustituir el vino por el agua.
Los
clientes de los prostíbulos no sólo atentan contra la esencia de la
mujer cada vez que acuden a uno de ellos, sino que además
contribuyen al mantenimiento de una de las peores lacras de la
humanidad, como es la trata de blancas.
Hay
que tener en cuenta también que dentro de la horrenda trata de
blancas hay que incluir la trata de niños. Si los prostíbulos
tuvieran pocos clientes, la trata de blancas no sería negocio. Es
utópico pedir que no vaya nadie a los prostíbulos, pero es
absolutamente necesario que se exija que nadie use a los niños.
El
negocio de la prostitución es tan próspero que hasta sesudos
periódicos viven de ella, son cientos de anuncios los que publican.
Algún periódico intentó rechazar esa publicidad, pero volvió a
admitirla, porque el negocio es el negocio.
Este
estado de cosas propicia una atrocidad social que se da en el centro
mismo de nuestra sociedad, a los ojos de todos y sin que genere la
reacción adecuada.
Los
anunciantes ponen anuncios en los periódicos porque les resulta
rentable. La sociedad, en lugar de rebelarse contra eso, acude. Los
periódicos, aun a sabiendas de que con ello ayudan a que ciertos
delitos sean posibles, admiten los anuncios por codicia. Quienes
compran los periódicos y no acuden a esos sitios en los que se les
cita, soportan esos anuncios con cómoda resignación.
Tampoco
sé si la policía puede investigar sin trabas o si hay algunos peces
gordos por en medio.
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