Cualquiera puede entender a la primera y sin necesidad de más explicaciones que un alcalde debe saber lo que ocurre en su pueblo, sea cual sea su tamaño. Ocurre además que no está solo en ese menester de averiguar las cosas que pasan, puesto que tiene un equipo de concejales y colaboradores y además cuenta con la oposición, que también tiene la obligación de saber lo que sucede, para intentar rectificar lo que no funciona correctamente.
La trama que se ha descubierto en Coslada debería haber avergonzado de tal modo al consistorio que habría de haber dimitido en pleno. No obstante, con una desvergüenza infantil, los concejales y el alcalde afirman que desconocían el modo de actuar de esta banda policial. Ello ya les califica como inútiles para sus puestos; pero es que los vecinos afirman que llevan años denunciando las cosas y los concejales se defienden de esta acusación explicando que los denunciantes no hacían sus denuncias de modo formal, o sea, ante el juez. Indigna que sean capaces de afirmar esto. Aunque nadie hubiera denunciado nada, el ayuntamiento debería tener mecanismos y controles que aseguraran que estas cosas no pudieran ocurrir. Ha fracasado todo el ayuntamiento.
La lucha por el poder es tan evidente, tan sin disimulo, tan despreciativa del interés ciudadano, que propicia que ocurran estas catástrofes. Con tal de no perder el voto de un aliado, o posible futuro aliado, los partidos son capaces de hacer la vista gorda incluso a lo que sucede ante sus propios ojos.
La democracia es el menos malo de los sistemas políticos, de modo que los vecinos, en lugar de correr a gorrazos a los concejales, podrían volver a votarlos. La democracia de un lugar es todo lo perfecta que son sus ciudadanos. Pero es que las responsabilidades tampoco acaban en los pueblos. Los partidos tienen direcciones superiores que deben tomar decisiones. En este caso, si los implicados no dimitieron motu proprio, como así fue, debieron ser destituidos fulminantemente.
El modo en que se toma las cosas la clase política, en general, debería llenar de preocupación a los ciudadanos.
La trama que se ha descubierto en Coslada debería haber avergonzado de tal modo al consistorio que habría de haber dimitido en pleno. No obstante, con una desvergüenza infantil, los concejales y el alcalde afirman que desconocían el modo de actuar de esta banda policial. Ello ya les califica como inútiles para sus puestos; pero es que los vecinos afirman que llevan años denunciando las cosas y los concejales se defienden de esta acusación explicando que los denunciantes no hacían sus denuncias de modo formal, o sea, ante el juez. Indigna que sean capaces de afirmar esto. Aunque nadie hubiera denunciado nada, el ayuntamiento debería tener mecanismos y controles que aseguraran que estas cosas no pudieran ocurrir. Ha fracasado todo el ayuntamiento.
La lucha por el poder es tan evidente, tan sin disimulo, tan despreciativa del interés ciudadano, que propicia que ocurran estas catástrofes. Con tal de no perder el voto de un aliado, o posible futuro aliado, los partidos son capaces de hacer la vista gorda incluso a lo que sucede ante sus propios ojos.
La democracia es el menos malo de los sistemas políticos, de modo que los vecinos, en lugar de correr a gorrazos a los concejales, podrían volver a votarlos. La democracia de un lugar es todo lo perfecta que son sus ciudadanos. Pero es que las responsabilidades tampoco acaban en los pueblos. Los partidos tienen direcciones superiores que deben tomar decisiones. En este caso, si los implicados no dimitieron motu proprio, como así fue, debieron ser destituidos fulminantemente.
El modo en que se toma las cosas la clase política, en general, debería llenar de preocupación a los ciudadanos.
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