domingo, 4 de mayo de 2008

Recuerdo de Leopoldo Calvo Sotelo

En Nada es lo que parece, de Enrique Arias Vega, se pone de manifiesto que las cosas pudieron ocurrir de modo distinto a como fueron. Si Adolfo Suárez hubiera nombrado, en el primer momento, vicepresidente a Calvo Sotelo en lugar de a Abril Martorell, probablemente hubiéramos salido ganando todos. Adolfo Suárez había hecho cosas dificilísimas, para cuyo logro tuvo que poner juego varias de sus cualidades, y sus ministros y resto de colaboradores, que eran testigos privilegiados de sus hazañas, en lugar de apreciarlas, le menospreciaban y conspiraban contra él, cosa que Suárez no lograba comprender.
Quien sí que pudo, o supo, medir a Suárez fue Calvo Sotelo, que con su capacidad para distanciarse de las cosas, supo ver lo que ocurría y en repetidas ocasiones aconsejó a Suárez que se retirara, puesto que ya había hecho lo que tenía que hacer.
Leopoldo Calvo Sotelo accedió a ser presidente, tras la renuncia de Adolfo Suárez, sabiendo (era imposible que se le escapara a él), lo que tenía por delante: un ejército nervioso, al que calmó con su frialdad, y un PSOE sin miramientos ni freno de ningún tipo. Felipe González y Alfonso Guerra, en su táctica de acoso y derribo, trataron de hacer creer que el entonces presidente era un tipo excesivamente serio y sin sentido del humor. En realidad, la gracia de “esos chicos de Sevilla”, como les llamaba Tierno Galván, contenía mucha sal gorda, había que tener muchas ganas para reírles las gracias, y el estómago de estraza.
El sentido del humor de Calvo Sotelo era mucho más fino y sutil. Una vez le preguntaron por Landelino Lavilla, presidente del Congreso, y respondió: “está expuesto”. Esa broma, luego, se la han copiado muchos, bastantes de ellos procedentes de esos sectores socialistas que le tildaban de excesivamente circunspecto.
Como presidente, no se le recuerda ninguna decisión que viniera a empeorar las cosas y, acaso, la mayor prueba de su fino sentido del humor, consistió en su decisión de que España entrara en la OTAN, sabiendo que Felipe González mordería el anzuelo, como así fue. Para mayor escarnio, al tomar la decisión dijo: y de aquí no nos saca nadie. Con su prepotencia y su ceguera, sus rivales iniciaron la campaña “OTAN; de entrada, no”

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