Rememora Fernando Savater en El País lo que fue el mítico mayo del 68. Sirvió para que afloraran ciertas ideas y actitudes que estaban en el ambiente, pero a las que los corsés que imponen las costumbres impedían prosperar.
El ser humano tiene la facultad de discurrir y sin embargo se aferra a las costumbres, a las tradiciones, a lo establecido, a todo aquello que le ahorre el trabajo de pensar y decidir. Las costumbres y las tradiciones son buenas siempre que no puedan ser sustituidas por algo mejor. No tiene sentido echar una cabra desde lo alto de un campanario sólo porque es una costumbre.
Pasando de lo general a lo particular, podría comentar que tras leer un reportaje que publicó el diario El Mundo, escribí algo sobre la cuestión, a resultas de lo cual hice una entrevista a Mercedes Gil García y poco después le hecho otra, ésta con motivo de un convenio que ha firmado la AEST. La cuestión es que basta con fijarse en su currículo para llegar a la conclusión de que se aplica con denuedo a la tarea de saber y trata con afán de ayudar a niños que merecen ser ayudados. Son cosas que no se le pueden negar.
Me han informado de que tras la lectura de aquel reportaje inicial, no todos reaccionaron tan favorablemente como yo. Que hubo quien manifestó públicamente su deseo de que le ocurran a Mercedes Gil García todos los males del mundo. No me he molestado en comprobarlo, puesto que sé que es perfectamente posible.
Lo que sucede es que el ser humano tiene capacidad para discurrir, pero como ocurre en el caso citado, en el supuesto de que sea cierto, a menudo no la usa. Cuando la cosa es colectiva, hay que recurrir a estallidos como el del 68. Cuando es individual, si se puede, lo mejor es no hacer caso. Todos tenemos envidia y otras hierbas similares. Pero la capacidad de reflexionar y decidir debe servir para que la envidia sea sofocada y el interesado adopte la actitud más justa. Cuando alguien se deja vencer por la envidia y además lo manifiesta públicamente, demuestra que no es sino un proyecto humano sin acabar.
El ser humano tiene la facultad de discurrir y sin embargo se aferra a las costumbres, a las tradiciones, a lo establecido, a todo aquello que le ahorre el trabajo de pensar y decidir. Las costumbres y las tradiciones son buenas siempre que no puedan ser sustituidas por algo mejor. No tiene sentido echar una cabra desde lo alto de un campanario sólo porque es una costumbre.
Pasando de lo general a lo particular, podría comentar que tras leer un reportaje que publicó el diario El Mundo, escribí algo sobre la cuestión, a resultas de lo cual hice una entrevista a Mercedes Gil García y poco después le hecho otra, ésta con motivo de un convenio que ha firmado la AEST. La cuestión es que basta con fijarse en su currículo para llegar a la conclusión de que se aplica con denuedo a la tarea de saber y trata con afán de ayudar a niños que merecen ser ayudados. Son cosas que no se le pueden negar.
Me han informado de que tras la lectura de aquel reportaje inicial, no todos reaccionaron tan favorablemente como yo. Que hubo quien manifestó públicamente su deseo de que le ocurran a Mercedes Gil García todos los males del mundo. No me he molestado en comprobarlo, puesto que sé que es perfectamente posible.
Lo que sucede es que el ser humano tiene capacidad para discurrir, pero como ocurre en el caso citado, en el supuesto de que sea cierto, a menudo no la usa. Cuando la cosa es colectiva, hay que recurrir a estallidos como el del 68. Cuando es individual, si se puede, lo mejor es no hacer caso. Todos tenemos envidia y otras hierbas similares. Pero la capacidad de reflexionar y decidir debe servir para que la envidia sea sofocada y el interesado adopte la actitud más justa. Cuando alguien se deja vencer por la envidia y además lo manifiesta públicamente, demuestra que no es sino un proyecto humano sin acabar.
'Lágrimas por una medalla'
'Nada es lo que parece'
'El libro de los amores ridículos'
'La lógica oculta de la vida'
'Enciclopedia Brain Trainer'
'Contra los políticos'
'Un trastorno propio de este país'
'Guerrilleros'
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