Después de la obligada parrafada en contra de los terroristas, Ibarretxe no pudo dejar de aludir al “derecho a decidir”, lo que tiene el efecto evidente de desmentir todo lo dicho por él inmediatamente antes. Este latiguillo suyo, que suelta indecorosamente incluso tras un atentado, viene a explicar que si el País Vasco fuera independiente, ETA no cometería atentados. Este supuesto, por otra parte, contiene dos errores indecentes. Sea cual sea la situación, la obligación del ejecutivo vasco es perseguir al crimen. Una banda terrorista jamás tiene justificación. Y el otro error es igual de evidente. Suponer que ETA dejaría de matar si se diera determinada situación es infantil. Otra cuestión sería que si diera determinada situación quienes ahora ayudan a la banda a sobrevivir dejaran de hacerlo y entonces volvemos al primer punto.
Todas las explicaciones de Ibarretxe y, sobre todo, su modo de proceder vienen a indicar que ni éste ni el gobierno vasco hacen todo lo que pueden para erradicar a ETA. Pero el argumento irrebatible de que las cosas son así es propia longevidad de la banda. Un grupo de estas características, tan cruel, tan cobarde, tan brutal, debería dar asco a los ciudadanos, que se habrían movilizado en contra suya. Sin embargo, no consta que ningún ciudadano haya denunciado, ni siquiera de modo anónimo, a un etarra. Tampoco lo ha hecho ningún político o cura, grupos humanos estos a los que se les supone un mayor nivel de conciencia sobre la cuestión. Evidentemente, hay políticos que bastante hacen con acabar vivos el día. Pero hay otros que tienen una mayor proximidad con las gentes aledañas al crimen.
Otro dato que proporciona la referencia al “derecho a decidir” de Ibarretxe es que la suya es una depravada escala de valores. Sin el recurso del odio, ese derecho a decidir se queda en nada. Para poder llevar a cabo su proyecto necesita inculcar el odio a la población, en este caso a España. Si inculca el odio a los vascos es porque no los quiere. Si lo quisiera le diría que la mejor patria es la justicia. Es decir, sobra ETA.
Todas las explicaciones de Ibarretxe y, sobre todo, su modo de proceder vienen a indicar que ni éste ni el gobierno vasco hacen todo lo que pueden para erradicar a ETA. Pero el argumento irrebatible de que las cosas son así es propia longevidad de la banda. Un grupo de estas características, tan cruel, tan cobarde, tan brutal, debería dar asco a los ciudadanos, que se habrían movilizado en contra suya. Sin embargo, no consta que ningún ciudadano haya denunciado, ni siquiera de modo anónimo, a un etarra. Tampoco lo ha hecho ningún político o cura, grupos humanos estos a los que se les supone un mayor nivel de conciencia sobre la cuestión. Evidentemente, hay políticos que bastante hacen con acabar vivos el día. Pero hay otros que tienen una mayor proximidad con las gentes aledañas al crimen.
Otro dato que proporciona la referencia al “derecho a decidir” de Ibarretxe es que la suya es una depravada escala de valores. Sin el recurso del odio, ese derecho a decidir se queda en nada. Para poder llevar a cabo su proyecto necesita inculcar el odio a la población, en este caso a España. Si inculca el odio a los vascos es porque no los quiere. Si lo quisiera le diría que la mejor patria es la justicia. Es decir, sobra ETA.
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