viernes, 16 de mayo de 2008

La crisis del PP

Comenzó en el mismo momento en el que el dedo de Aznar señaló a Rajoy y éste aceptó sin condiciones. En aquel momento Rajoy ya se veía presidente y, quizá por ello, no se atrevió a forzar la situación, no fuera a ser que el dedo de pronto girara hacia otro lado. Cuando tras perder las elecciones por segunda vez y tras un conato de abandono decidió seguir, dijo que a partir ese momento contaría con su propio equipo. Con esa afirmación demuestra que hasta ese momento había actuado con el equipo que se le había impuesto. Y si el equipo no era el suyo, tampoco debía de serlo la estrategia de su grupo. Quizá le faltó convicción en su tarea opositora. Y también como candidato.
Pero si cabe reprocharle a Rajoy que no diera un puñetazo en la mesa en su momento y exigiera toda la libertad de acción que requiere su cargo, también hay que preguntarles a Zaplana y Acebes por los motivos por los que no dimitieron cuatro años antes. Es de sentido común pensar que un líder necesita contar con un equipo en el que confíe y que tenga un modo de ver las cosas similar. Y aunque compartieran criterios y supieran a ciencia cierta que gozaban de su confianza, debieron dimitir, aunque fuera para que los nombrara de nuevo. En este caso, ya hubiera podido decirse que formaban parte de “su” equipo.
Rajoy no se ha atrevido nunca a dar el puñetazo en la mesa, de modo que el proceso se ha puesto en marcha por inercia. Rajoy continúa porque se ha encontrado con unos apoyos más fuertes de lo que en principio parecía y eso le ha hecho situarse enfrente de quienes ya se frotaban las manos, repartiéndose la herencia. También podría ocurrir que algunos de esos apoyos no fueran incondicionales, sino interesados y fruto del cálculo.
Con las listas cerradas, los partidos se convierten en un cúmulo de intereses, por fuerza encontrados las más de las veces. Cuando se tiene el Boletín Oficial para repartir cargos y prebendas es fácil atemperar las ambiciones.

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